martes, 21 de abril de 2015

Capítulo veintitrés: Vigésimo tercer suspiro.

Dejé escapar un último aullido en un intento de escapar y entonces lo vi. El tiempo se paró, durante unos instantes, frente a mis ojos. La luz de la luna iluminaba todos y cada uno de los finos y níveos pelos de Fiend, que serpenteaban en el aire a su alrededor, reflejando destellos sobre su cristalina mirada. Su etéreo cuerpo se sostenía en el impulso que había tomado para llegar hasta mi habitación,  el cual había provocado un vendaval en las cortinas. Le observé detenidamente rogando protección pero él ya tenía decididas sus intenciones.
Mi agresor gruñó y ambos se miraron fijamente a los ojos. Pude ver la decepción en el rostro de Fiend y aún así se abalanzó grácil sobre el monstruo, derribándole contra la pared. Apenas pude mover mis entumecidas piernas, el dolor punzante en las caderas se alejaba dejando tras de sí un repiqueteo intenso. A mis espaldas sentía sacudidas, gruñidos y desgarros. La habitación se tornó fría y comencé a temblar. Una carcajada acompañó a un impacto. Arrastré mi débil cuerpo hacia la mochila y logré incorporarme hasta doblar las rodillas. Rebusqué en el interior del bolsillo más amplio y encontré la flecha de Kory. La agarré y, cuando quise levantar el mentón, tenía de nuevo a la horrible criatura frente a mí. Alzó la mano con la intención de golpearme pero, justo en el momento en el que comenzaba a saborear su victoria, me impulsé con los muslos y le clavé la flecha, con todas mis fuerzas, en el ojo izquierdo. Emitió un gemido desesperado que le desgarró la garganta. Choqué contra su hombro y caí al suelo, de espaldas, paralela a él.
Instantáneamente, Fiend apareció de entre las sombras. Aquel ser monstruoso se desplomó frente a mí, llenando la moqueta de sangre. Miré a Fiend a los ojos, asustada. Este me respondió acercándose a mí y abrazándome. Sentí la suave y fina tela de su camisa rajada en mi rostro y rompí a llorar. Él me abrazaba y, de vez en cuando, besaba mi cabeza con ternura, tratando de tranquilizarme. Nos mantuvimos así, sin articular palabra, durante media hora.

Su leve olor corporal consiguió relajarme y, cuando mi sofoco terminó, advertí que estaba completamente desnuda. Noté cómo la sangre fluía a través de mis mejillas, sonrojándolas.
-No mires.
-No lo haré.
Separé mi cuerpo del suyo y le contemplé durante unos instantes. Un rayo de luna dividía su rostro en tres por su ojo cerrado derecho. Su piel, blanca como la nieve, relucía en aquella pequeña franja de luz. Su camisa rasgada dejaba al descubierto su cuello y sus clavículas, ambas dibujadas bajo un perfecto contorno refinado. Sus definidos brazos se apoyaban en el suelo, sobre sus manos, escondiendo a duras penas sus largos y finos dedos, que se arqueaban haciendo fuerza en la yema, hundiéndose en la moqueta. Se veía tan majestuoso que se me encogió el corazón.
La serenidad de su rostro me transmitió seguridad. Con mi dedo índice rocé la punta de su nariz, él pareció no inmutarse. Continué acariciando su rostro hasta llegar a sus labios, los cuales se aferraron a mi dedo en un sugerente beso. Acto seguido, me levanté y corrí hacia el armario. Agarré un jersey viejo, unas bragas y unos vaqueros. Me puse todo rápidamente y volví con él.
-¿Has visto algo?-pregunté entre susurros.
-¿Ya puedo abrir los ojos?-preguntó él con un ojo abierto y otro aún cerrado.
-Sí.-abrió el otro ojo.
-Puedo asegurarte que he respetado tu intimidad en todo momento.-me miró fijamente a los ojos. Yo permanecí en silencio.-Me quedaré maravillado al ver tu cuerpo, siempre y cuando seas tú la que me otorgue ese privilegio.
No encontré las palabras exactas para responder a aquella insinuación, por lo que me llevé la manga del jersey al rostro. Él miró el cadáver del monstruo, yo le imité.
-La paciencia es la mayor de las virtudes.-Hizo una pausa.-Si hubiera esperado tan solo unos días habría podido cogerte sin que me hubiese enterado siquiera. -Él esbozó una sonrisa de medio lado y yo enarqué una ceja.- Una lástima.
-¿Qué voy a hacer con esto ahora?-pregunté ignorando su discurso.-Si alguien se despertara...
-Acompáñame y mando a alguien a limpiar todo esto.
Dudé. Él sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil y marcó una cadena de dígitos inusual.  Esperó unos segundos antes de llamar y, después, alguien contestó al otro lado.
-Sí. Otro incidente. Sí, necesito que venga alguien y arregle esto.-Hizo una pausa.- Sin avisarla. -Colgó y me miró.
-¿Y ahora?-me limité a decir.
-Mete ropa en una bolsa y vámonos.
-Tengo que avisar a Kory.-alargué el brazo con la intención de impulsarme a coger mi teléfono.
-¿Estás segura?-Su infalible mirada resultó convincente y me retracté.
-¿Lo estás tú?-añadí mordiéndome el labio.
-¿Confías en mí?
Asentí. Él, entonces, se levantó y me tendió la mano. Yo se la cogí y cuando me hube puesto de pie, espeté:
-Fiend.
-Dime.-Sus ojos se clavaron en mi como dos dagas con el filo envenenado.
-Gracias por salvarme la vida...-hice una pausa y, mirándole fijamente, le mostré una sonrisa amplia- Otra vez.

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