lunes, 5 de mayo de 2014

Capítulo cinco: pentágono anímico.

-¿Hola?-caminé hacia el interior y cerré la puerta a mis espaldas. Apoyé la columna sobre la pared y avancé lateralmente hasta llegar a la cocina. Una vez allí rebusqué en los cajones y empuñé un cuchillo. Me dirigí al resto de las habitaciones.-¿Hay alguien ahí?- atravesé el salón, el pasillo y la habitación de mi madre sin dificultades, inspeccionando cuidadosamente cada rincón. Me temblaba la voz y a la vez las manos. Vinieron a mi cabeza toda clase de imágenes de crímenes, entre ellas, de nuevo, el semblante de Lucrecia. Sentí un escalofrío y suspiré asumiendo que ya no podía evitar mi destino.
Entré en mi habitación. Allí no había nadie a simple vista. La ventana estaba abierta de par en par. A mi paso, un viento gélido descolocó los folios que se encontraban en mi escritorio, me caló hasta los huesos y descubrió entre los papeles una rosa negra brillante. Me acerqué a la flor. De cerca transmitía una elegancia exquisita y siniestra. Al cogerla sentí un pinchazo. Miré mi mano y la sangré brotó de la yema de mi dedo índice, respondiendo a esto la rosa aumentando la intensidad de su brillo. Chupé la sangre y dejé el cuchillo en la mesa. De pronto se escuchó otra vez el ruido, esta vez fuera de la casa y di un respingo. Guardé la rosa en el cajón y salí corriendo hacia el pueblo. Una vez más estaba en la comisaría. Al llegar, caí en la cuenta de que quizá estaba visitando demasiado a la policía, alguien podría llegar a preocuparse. Pregunté por Kory y enseguida me guiaron hasta él. Le expliqué lo ocurrido y me invitó a pasar la noche en el cuartel junto con sus compañeros durante el turno nocturno. Acepté. Hicieron una pequeña excepción gracias al interés que puso Kory en su petición ya que estaba prohibida la entrada a personas, ajenas a la policía a la comisaría. Dormí un par de horas sobre uno de los sofás de la sala de espera. Una de las veces en las que me desperté por culpa del charloteo de los oficiales, descubrí a Kory tapándome con una manta, sonriendo dulcemente. 
Cuando desperté sentí una vergüenza terrible. No podía ser tan miedosa como para haber tenido que recurrir a aquello. Miré a Kory. Este trabajaba con tesón en el ordenador. Su pelo, negro como el azabache, lucía un brillo húmedo en las raíces y sus ojos color miel vestían un tono rojizo de insomnio. Se mostraba cansado, con una ternura hechizante. Uno de los oficiales recibió una llamada. Su rostro fue más inquietante e insólito que su propio grito. 
-¡Rápido, a los coches, tenemos una mujer herida en la tercera salida por el puente del riachuelo!- la pena se reflejó en sus ojos, que miraron desesperanzados a Kory mientras todo el mundo se revolucionaba. 
Todos los allí presentes se levantaron, cogieron sus respectivas herramientas de trabajo y corrieron a los vehículos de respuesta. Yo corrí tras ellos, buscando a Kory. Él me encontró a mí primero y tras insistir en que me quedara, acabé montando en el coche. Condujeron tan rápido que entre los destellos de las sirenas y el balanceo del coche atravesando la senda de tierra fui incapaz de reconocer el lugar. 
Nada más llegar todos bajaron y se dirigieron hacia la misma dirección. Kory me proporcionó una linterna que usé para no perderme. Alumbré a lo alto y descubrí un retal procedente del vestido de Lucrecia en un árbol. Me acerqué y me lo guardé en el bolsillo. Así que Lucrecia también pasó por aquí...De pronto me vi sola en la inmensa oscuridad de la espesura e intenté seguir el rumor de los pasos de los oficiales. Traté de alcanzarles pero les perdí la pista. Comencé a escuchar pasos a mis espaldas, hojas que se partían, susurros espeluznantes que me ponían la piel de gallina... Alumbré a mi alrededor varias veces seguidas, sin embargo no conseguí ver nada ni a nadie. De repente alguien murmuró algo por detrás, casi rozando mi oreja.
 -Bonita piel, Alma...-me estremecí. Un grito desgarrador descubrió el camino hasta los agentes y salí de allí lo más rápido que pude. A lo lejos advertí un cúmulo de luces que emanaban de linternas similares a la que yo tenía en la mano. Alcancé el lugar y descubrí a Kory de rodillas frente a un cuerpo. Di un paso adelante. Era Alexia quien se encontraba tendida en mitad de la hierba. Vi a Kory llorar. Un compañero suyo trató de llevárselo pero él se negó. Abrazó el cuerpo sin vida de su hermana, ensuciando su camisa con los fluidos carmesí. Alexia tenía la misma expresión en el rostro que Lucrecia cuando la encontré. Su ropa estaba intacta salvo por la camisa, que había sido estropeada en el cuello y las mangas. Su sangre, que emanaba de diferentes puntos de su piel, decoraba con una cenefa de la cabeza al ombligo su cadáver. Me fijé bien. Le faltaba el brazo derecho. Sentí como mis tripas rechazaban aquella imagen así que alcé la vista para descubrir unos rutilantes ojos rojos mirándome desde el interior, oscuro y lejano del bosque.

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