jueves, 3 de julio de 2014

Capítulo nueve: novena incógnita

¿Y ahora qué? Sentada en un banco clavaba la mirada en la gente que caminaba despreocupada. Desde que salí del hospital solo habían ocurrido desgracias. Todo empezó cuando Lucrecia decidió correr tras aquel camión de mudanzas... Claro, ahí está: la mudanza, el chico misterioso, las muertes, mi casi asesinato en el bosque...me estremecí. Todo tiene que estar conectado. Tengo que averiguar quién vive en esa casa y por qué se está dedicando a infundir el caos en este pueblo. Pero...¿cómo? Si nadie puede ayudarme ahora que Kory se ha ido.

Una vez en casa limpié todas las habitaciones de arriba abajo. Quizá no me purgaría de mi pesar pero me mantuvo entretenida durante muchas horas. Mi madre estaría al llegar, quizá se retrasara un par de días pero debía encontrar la casa como nueva. Encontré entre las toallas del baño uno de los cuchillos que escondió la noche pasada. Reí sarcásticamente. ¿Me estaba volviendo loca? Tomé un baño y después preparé la cena. Me encontraba mucho más relajada que estos días atrás. Al entrar en mi habitación, justo antes de acostarme, encontré en el suelo la rosa negra. Mierda. Yo la había guardado a buen recaudo, estaba segura. La ventana de mi habitación estaba de nuevo abierta de par en par. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y no quise acercarme. Cerré la puerta a mis espaldas y mantuve los ojos abiertos de par en par. Escuché una risa afuera y di un respingo. Agarré el cuchillo de cortar jamón que había escondido debajo de la cama y me dirigí hacia la ventana. Cuando estuve lo suficientemente cerca de la hoja de la ventana escuché un coche estacionar frente a la puerta y me asomé. Un precioso Bugatti de color gris oscuro paró frente a la puerta de mi casa. Cerré la ventana, recogí la rosa y me encaminé a la puerta. A través de los ventanales decorativos de la entrada vi a un hombre acercarse hacia mí. Tres golpes secos retumbaron en la puerta. Abrí con cautela. Ante mí había un hombre de pelo rojo y despeinado. Sus ojos morados me miraban con desgana. Vestía unos pantalones con estampado escocés y una cazadora de cuero negra.
-Hola, mi nombre es Rosh, vengo a invitarte a una fiesta.- su voz sonaba monótona y aburrida. Extendió su mano, en la que sostenía un panfleto, hacia mí y sonrió falsamente. Cogí el panfleto y lo leí: "Fiesta de acogida, esperamos que nos reciban con los brazos abiertos, vengan y vean nuestra morada y disfruten de una cena y unos cócteles preparados con mucho amor". Enarqué una ceja.
-Hola Rosh...¿Sois nuevos en el pueblo?-pregunté sin quitarle ojo de encima.
-Sí, somos los nuevos vecinos. Venga esta noche, se divertirá seguro. Estamos ansiosos por conocer gente nueva.- de nuevo el tono de su voz era repetitivo y mostraba desinterés en todo lo que decía.
-¿Dónde has comprado esas lentillas?
-No me acuerdo.
-Y esa cazadora es impresionante.-le guiñé un ojo.
-Tres mil euros.
-Increíble.
-¿Verdad? Pues venga esta noche y verá un montón como esta, si tienes suerte y aguantas hasta mañana a lo mejor te regalo una.
-¿De verdad quieres que vaya?- enarqué una ceja.
-Mira cielo, me da igual si quieres venir o no, yo soy un mandado, haz lo que quieras con ese papel.- sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo y se puso un cigarrillo en los labios. A continuación me miró de arriba abajo y sonriendo de manera maliciosa se dio media vuelta hacia su Bugatti.

Aquella noche busqué por mi casa los prismáticos y la cámara de mi padre. Un recuerdo me vino a la mente: aquellos hombres, uno de ellos se llevó todas mis cosas, incluida la mochila. Inspeccioné el armario de mi madre, encontré una bolsa grande de tela e introduje un cuchillo, un spray de pimienta, una cámara de fotos, otros prismáticos más pequeños y una cuerda entre otras cosas. Encontré un kit de supervivencia en la antigua cómoda de mi padre y lo guardé también. Me puse mis ropas más cómodas para la aventura y me encaminé hacia la dirección del panfleto.
Aquel camino señalizado en el papel coincidía casi con exactitud en la ruta que seguí cuando encontré a Lucrecia salvo por un cambio al final. Sin embargo, continué por mi propia ruta hasta aquel melancólico y siniestro lugar. Avancé más allá del lugar del incidente, intentando mantener la compostura. Una vez encontré una visión casi perfecta de la fiesta que estaba comenzando en el caserón me instalé con mis pertenencias. Divisé con los prismáticos cómo la gente vestía sus ropas más elegantes y simulaban saludarse como hacen los ricos en las películas. Durante horas todo sucedió convencionalmente.
-No esperaba encontrarte aquí. - a mis espaldas una voz aterciopelada me descubrió. Me giré rápidamente y observé. Frente a mí tenía un chico quizá unos cuantos años mayor que yo, cuatro como mucho, alto y esbelto. La luz de la luna brillaba sobre el cabello grisáceo claro del joven y traspasaba sus ojos azules, que una vez más me atraparon. Era el mismo de aquella vez... Aún así no bajé la guardia.
-¿Cómo me has encontrado?

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