martes, 2 de diciembre de 2014

Capítulo diecinueve: decimonoveno encuentro.

Quienquiera que fuese la persona que se encontraba fuera no desistió. La puerta retumbó unas cuantas veces antes de que llegara a abrirla. Rosh y su característica melena bermellón me arrollaron a su paso,' urgente por entrar en mi apartamento. Cerré la puerta a mis espaldas. Él inspeccionaba cuidadosamente mi morada.
-¿Qué haces aquí? - incoé.
-Vengo a advertirte. ¿Qué es este lugar? Huele asquerosamente mal. - olisqueó el ambiente arrugando la nariz y después hizo un gesto de disgusto.
-Gracias. Es mi habitación. Advertirme, ¿de qué? - caminé hacia él hasta quedarme a una distancia apropiada y le miré dubitativa.
-Te estás metiendo en un terreno muy peligroso, niña. Nada de nuestra familia es asunto tuyo, aunque toda tú seas asunto nuestro. Tienes la opción de mantenerte al margen y permanecer viva o intentar entrometerte y morir a la primera de cambio.
Permanecí en silencio intentando averiguar su propósito.
-Mira, eres joven aún, no quiero que te pase nada y si andas de galanteo con Fiend, tarde o temprano, acabarás herida. - me miró con ternura y se acercó delicadamente a mí, sin dejar a un lado sus aires de prepotencia varonil; después, puso su mano en mi mejilla y la acarició con suavidad. Me sentí violenta e instantáneamente di dos pasos hacia atrás. - No me malinterpretes, es solo... No importa.  - pasó a mi lado y me dejó atrás mientras dirigía sus pisadas hacia la puerta.
-¿Tú también eres un vampiro? - rápidamente me di media vuelta. Él pareció sorprenderse.
-Así que ya lo sabes.
-No fue difícil de adivinar cuando casi me devoran la otra noche.
-¿Entiendes ahora lo que te digo? No merece la pena que por un entusiasmo pasajero ocurriera alguna tragedia.
-No has respondido a mi pregunta. - espeté firmemente.
-Eso es todo lo que te interesa, eh... - sus ojos se anegaron con desesperanza y rechistó. - Me estás comprometiendo... No es justo, joder. - salió de allí y me dejó plantada, con demasiadas preguntas. El portazo que siguió sus huellas me devolvió a la realidad.


Lo primero que hice nada más levantarme fue ir a visitar a Kory. No pasé por el comedor, ni saludé a nadie. Llevaba la flecha en la mochila. Al llegar me invitó a desayunar, se había informado de mi pasión por los tés y había comprado una cantidad considerable de cajas con distintos sabores. Tras hablar durante un rato sobre banalidades, se atrevió a iniciar el tema de la pasada noche.
-¿Cómo llegaste a casa la otra noche? - al decir aquello dejó el café en la mesilla frente a la televisión, giró el cuerpo dirigiéndolo a mí y esperó.
-Fiend me llevó. - di un sorbo a mi té de jengibre y canela y mantuve los labios sobre el borde de la taza, tratando de ocultar, a duras penas, mi rostro.
-¿Fiend? - enarcó una ceja.
-Uno de los chicos que iba aquel día en el Porsche.
-¿Cómo supo que estabas allí?
-Supongo que pasaría por allí, escuchó el alboroto y me encontró a mí. - de nuevo mojé los labios en la infusión y le observé detenidamente. No se movió un ápice.
-¿A esas horas? ¿En medio de ese revoltijo?
-Era revoltijo para nosotros que sabíamos lo que estaba pasando, pero cuando salí de allí con Fiend el bosque estaba tranquilo. -di otro sorbo al té, intentando no dirigirle la mirada en ningún momento.
-Pensé que me esperarías... - agachó su cabeza y la giró apoyando el pómulo sobre el hombro para intentar hilar su ojos con los míos. Alejé la taza de mi boca y la posé sobre la mesilla, mirando en otra dirección.
-Ya, lo siento, no supe que hacer. - tras pensarlo repetidas veces le miré. Él cambió el semblante, suavizándolo.
-No te preocupes, ya lo hice yo por ti al no encontrarte.
-Lo siento.
-Pensé que te había pasado algo, pero no lograba encontrarte en ningún sitio. -cerró los puños y después sonrió. Yo hice un gesto de aflicción y me recosté sobre el respaldo del sofá. Él me miró detenidamente y su rostro mostró desconcierto. - ¿No vas a preguntarme nada al respecto?
-Eh... - me incorporé casi de un salto. No caí en la cuenta de que al saber qué era lo que había pasado me lo estaba tomando con demasiada tranquilidad de la que debería en función de lo que yo pretendía hacerle creer a él.- Es que estoy atónita aún. No se qué preguntar exactamente.
-Pensé que esto sería más fácil o que, al menos, reaccionarías de otra manera.
-Me da miedo pensar en esos rojos ojos, mirándome... - simulé un escalofrío. Kory me abrazó. - Quiero que me cuentes todo sobre ti.
Kory se alejó poco a poco de mí y vi cómo se mordía el labio. Resopló.
-Espera aquí.
Se levantó de su asiento y desapareció de la sala. La verdad es que, aún sabiendo la naturaleza del problema de ayer, me interesaba su versión de los hechos. Di otro sorbo al té hasta acabármelo y le esperé. Atravesó la puerta con un enorme arco de madera maciza en la mano y una aljaba llena de flechas. Caminó hacia mí y se sentó de nuevo en su sitio.
-Mira, Alma, no soy una persona cualquiera. - tendió el arco y el carcaj sobre la mesilla y cogió de esta su cajetilla de cigarrillos. Se llevó uno de ellos a la boca y se lo encendió. - En mi último viaje a mi casa descubrí una serie de responsabilidades que me han tocado sin tomar ninguna decisión. - dio una calada y exhaló el humo que se interpuso entre nosotros nublándole el rostro. - La criatura de aquel... -hizo una pausa.- ¡Joder! No se por dónde empezar.
-A ver, te ayudo. - giré mi cuerpo hacia él. - ¿Qué era esa criatura de la otra noche? - él inhaló de nuevo humo y lo expulsó por la nariz.
-Aquel ser que nos atacó era un vampiro.
-¿Un vampiro? - intenté fingir nefastamente pero él no pudo apreciarlo ya que se encontraba demasiado concentrado en cada palabra que iba a pronunciar.
-Sí. No son como los de las pelis, estos no tienen control de sí mismos cuando tienen hambre y atacan a las personas inocentes. Se las comen y a veces las vuelven seres no muertos como ellos. Bastardos. - dio una profunda calada y exhaló el humo lentamente tratando de relajarse.
-¿Y tú qué tienes que ver con ellos?
- Yo los cazo. Soy cazador de vampiros. - mi cara de desconcierto habló por sí sola. - Yo antes no era así, pero cuando esos malditos mataron a mi hermana y volví a casa, mis padres me lo contaron todo. Al parecer, la sangre de cazador de vampiros lleva en mi familia muchas generaciones y mi hermana Alexia era una de ellos. Vino aquí a investigarlos. - terminó el cigarrillo y lo aplastó contra el cristal del cenicero con saña.
-¿Aquí? ¿Por qué? - fruncí el ceño.
-Porque, al parecer, no solo mi familia caza vampiros. Si no que hay muchas más.
-¿Quiere decir eso que existen vampiros en todo el mundo?
-No estoy seguro. Pero existe una especie de Hermandad, un Consejo donde llevan este tema lo más controlado posible. Y al parecer, se enteraron de la posible existencia de vampiros aquí y mandaron a mi hermana.
-¿Pero tú...? - tosí a causa del humo que bailoteaba alrededor de mi garganta.
-A mí me dieron un arco que, cuando me hubieron contado toda la verdad y recordé algunas experiencias pasadas, reaccionó a mi tacto y lució de la nada. - miró directamente a la mesilla.- Lo toqué y brilló. Sin más. Con la luz violeta más intensa que había visto nunca.
-Oh... - aquello me recordó al momento en el que al tocar la flecha morada en mi habitación, esta refulgió. ¿Quería decir aquello que yo...? Tonterías. Llevaría impregnada fragancia de Kory o algo similar.
-Se que es difícil de asimilar pero no hay otra explicación para lo que ocurrió la otra noche. Intentaba involucrarte lo menos posible y aún así esos cabrones no entienden una mierda. - me miró de reojo y no supe qué decir.
Aproveché el momento en que salió de allí para tocar el arco y las flechas, esperando una reacción al contacto pero nada ocurrió. Me decepcioné. Por un momento había soñado ser alguien diferente, alguien extraordinario con el poder de decidir sobre las vidas de los demás. Sin embargo, en tan solo un segundo volví a la dura realidad de ser el pequeño cordero entre lobos. Ante tal chasco decidí que debía asimilar todo lo que había sucedido a mi alrededor en mi intimidad y al grito de una despedida me marché de allí y me encaminé hacia "mi" casa.
Al llegar a la verja de la finca escuché una risa aguda, lejana y traviesa a mis espaldas. Me giré. Al final del camino de tierra, vi semiescondida, tras un árbol, la tétrica figura de una niña pequeña con el cabello negro, largo y liso, que sonreía maquiavélicamente mientras escondía un ojo tras la corteza y me miraba con la enorme pupila que devoraba el iris del ojo que dejaba al descubierto.

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