sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo diecisiete: decimoséptimo hallazgo.

Un golpe seco me alejó de mi estado somnoliento y sentí retumbar el suelo. Palpé el sofá y no encontré a Kory. Poco a poco abrí los ojos, el salón estaba a oscuras y el único atisbo de luz emanaba de la nieve de televisión. Me levanté de allí y, a tientas, busqué el interruptor de la luz.
-¿Kory? - bramé. Mi voz sonó ronca. Nadie respondió.
Caminé lentamente esperando no tropezar con nada. Al llegar a la puerta toqué el marco para ubicar mi posición y escuché golpes. Seguí los ruidos; que, a medida que yo avanzaba iban siendo más fuertes. Conseguí adivinar que eran portazos mientras penetraba en el oscuro y eterno pasillo de aquella casa. Los tablones de madera del suelo chirriaban cada vez que daba un paso. Comencé a escuchar muchos golpes acercarse a mí violentamente.
-¡¿KORY?! - chillé. De repente aparecieron ante mí unos enormes ojos rojos, relucientes cual réprobo rubí, dieron un salto de casi dos metros y pasaron por encima de mí para estamparse contra una pared.
-¡Al suelo! - la voz de Kory provenía de la oscuridad infinita del corredor, pero aunque sonaba lejana, también lo hacía firme y decidida. Yo, confusa, obedecí sin llegar a procesar lo que acababa de oír, y cuando las yemas de mis dedos se hundieron en el húmedo barro que yacía esparcido sobre la madera algo refulgente atravesó el aire por encima de mi cabeza a gran velocidad. Escuché un quejido. Kory corrió hacia mí dando zancadas estruendosas y yo me di la vuelta sentándome con los pies y las manos apoyados en el suelo. Gateé insegura hacia atrás y; de nuevo, los ojos rojos se alzaron ante mí, a la altura de los míos y sentí cómo una terrible oscuridad inundaba su alma. Seguidamente, los ojos gruñeron en las tinieblas. Saqué el móvil de mi bolsillo y alumbré con la linterna mis piernas, las cuales temblaban al compás de la respiración entrecortada de mi cazador. De repente, un reguero de sangre serpenteó paulatinamente hasta mis deportivas, centelleando bajo el resplandor proveniente del teléfono. Sentí un escalofrío callejear a través de las vértebras de mi espina dorsal. Exhalé un sollozo involuntario y acto seguido me tapé la boca con ambas manos. El móvil cayó al suelo más allá de mis pies alumbrando hacia el techo y dejando entrever las facciones de un hombre famélico, cuyos huesos creaban sombras tan duras sobre su rostro que junto a sus iris escarlata formaban el semblante más maquiavélico y peligroso que había visto jamás.
-Ya eres mío... - musitó Kory. Aquel hombre esbozó una sonrisa malvada y acto seguido comenzamos a escuchar pisadas por toda la casa. - Vámonos. - me levanté dejando allí el móvil, Kory me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta. Escapamos de allí como pudimos y a la luz de la luna vi a Kory correr con un arco a la espalda y un carcaj lleno de flechas en cuyo astil habían grabadas unas inscripciones con tinta violeta resplandeciente. Corrimos hacia el bosque y nos escondimos entre unos arbustos espesos. Allí Kory sacó de su bolsillo un pañuelo de terciopelo. En su interior había una cabeza de ajo.
-¿Ajo? - susurré.
-Shh... - apuró él mientras partía en dos su liliácea. - No hables. Restriégate esto por la cara y el cuerpo y pasaremos desapercibidos.
-Pero... - quise insistir, pero Kory me tapó la boca. Hice caso a sus indicaciones y de pronto la espesura comenzó a agitarse como si una estampida estuviera atravesando su forraje sin apenas rozarlo.
-Espera aquí, volveré a por ti, te lo prometo. - me besó la frente y desapareció entre las hojas. Esperé un par de minutos sin moverme, sin decir ni una palabra, tan solo mirando a través de las ramas y tratando de descubrir lo que estaba ocurriendo. Me importunó sin previo aviso un álgido viento entrometiéndose entre mi ropa, forzando a mi piel a erizarse, y repentinamente me sentí observada. Escuché alaridos desgarradores que provenían de todos lados e instintivamente fui girando mi cabeza, poco a poco, hasta descubrir si alguien aguardaba a mis espaldas. La tenue luz que traspasaba las copas de los titánicos pinos descubrió la figura descolocada de un hombre que apenas llegaría a los cuarenta. Me quedé estática esperando su reacción. Él se acercó a mí lentamente, atravesando los haces lunares que revelaron unos rojos ojos mate que me miraban con fervor.
-Delicioso... - abrió la boca para relamerse los labios y la evidencia que había estado ignorando todo este tiempo relució nívea destapando su forma. La afilada punta de sus colmillos refulgió durante un instante. Me sobrecogí. - Eres solo para...¡MÍ! - fue a abalanzarse sobre mí cuando de repente vi su cuello torcerse casi ciento ochenta grados. El crujido de la vértebra sentenció su final. Vi cómo su cuerpo se derretía entre las sombras y caía hueco sobre la hojarasca. Estaba atónita.
-¿Qué haces aquí?  - Fiend apareció de entre las sombras. - Mejor no hables. Dame la mano.  - me tendió su mano, amplia, delgada y casi tan pálida como yo en aquel momento. Yo se la estreché temblorosa.
-¿Has sido tú? - él me ayudo a levantarme mientras yo le agarraba con fuerza.
-Sí. Y no quiero tener que volver a hacerlo. Vámonos. - tiró de mí y yo le seguí. Sabía exactamente por dónde moverse, qué pasos dar y cuándo darlos para pasar desapercibidos entre aquel pandemónium paradójicamente imperceptible. Me apené por Kory, sin embargo temía quedarme allí sola, expuesta al peligro.
-¿Por qué se han revuelto? - pregunté indecisa.
-Tu amigo les ha provocado. - soltó irritado.
-¿Kory? - entrecerré los ojos para agudizar la vista y justo en ese instante él paró en seco. Pisé una rama que chascó más de lo normal y escuché a alguien relamerse a mis espaldas. De pronto, Fiend se dio media vuelta y de un revés le desarticuló la mandíbula a otro de esos monstruos. La víctima gimió pero continuó con su plan de asaltarme. Fiend lo detuvo cuando me rodeó con elegancia y desenvoltura, e introduciéndole la mano en el pecho, le arrancó el corazón y lo lanzó sobre la opaca superficie natural. Abrí los ojos de par en par. Me llevé las manos a la boca e instintivamente salí de allí corriendo. Fiend suspiró a mis espaldas y corrió en mi busca. Tardó apenas un segundo en alcanzarme, cogerme de la mano y frenarme.
-¿Te he asustado? - se llevó la mano a la boca y me besó los nudillos. Sentí latir mi corazón, con miedo y vigor, y no supe responder. - Lo siento. - tiró de mi brazo hacia él y me abrazó aplastándome contra su pecho. - Pero debemos salir de aquí.
Fui a intervenir, desconcertada, pero en su lugar estornudé. Antes de querer darme cuenta, Fiend me había soltado y le había arrancado un brazo a otra criatura semihumana. Miré a mi alrededor y vi una cantidad incontable de ojos rojos dirigidos a mí. Comencé a hiperventilar.
-¿Fiend? - mi voz sonó entrecortada e inquieta. Él se dio la vuelta y se puso delante de mí para protegerme. De repente, todos los ojos rojos se desvanecieron en la negrura, y la presión en mis arterias me hizo desfallecer. Mi vista se nubló y la imagen se fue alargando y desplazando hacia arriba hasta que observé la absoluta e incondicional oscuridad.

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