martes, 2 de diciembre de 2014

Capítulo veinte: vigésima angustia.

Permanecí el resto del día en mi habitación, jugueteando con la flecha que guardaba del día anterior. Para mi curiosidad, esta sí volvía a lucir al contacto con cualquier parte de mi cuerpo. Especulé durante horas, fantaseé con algún tipo de magia corriendo por mis venas, transformándome en una especie de heroína que lucha contra el mal. El reloj de la mesilla me alertó de que eran las ocho en punto y eso me recordó que debían esperarme en el comedor.
Durante la cena, mi madre y el doctor nos comunicaron que debían marcharse durante un tiempo a un pueblo no muy cercano de este, ya que habían de investigar un extraño tipo de anemia que había conducido a una gran cantidad de gente al hospital. Isaac no pareció prestar atención y fui yo quien accedió a responsabilizarse de cualquier acto que se produjera durante su ausencia.
Esa misma noche ayudé a mi madre con su equipaje.
-Mamá.
-Dime, cielo. - me tendió la mano.- Pásame el neceser.
-¿Eres feliz con el doctor? -agarré el neceser por el asa y se lo entregué. Ella me miró con el rostro entristecido, me acarició las mejillas y sonrió.
-Claro, cariño.- hizo una pausa. - Es un buen hombre. -sonrió de nuevo.- Y muy apuesto.- me guiñó un ojo.
-No hables como en la Edad Media.- ambas reímos. - Pero sí, es un hombre atractivo.
-¿Por qué lo preguntas? -frunció el ceño y continuó guardando ropa en la maleta.
-Es que se me hace raro todo esto...
-Dale una oportunidad. - cerró la tapa y se dispuso a hacerlo también con la cremallera.
-Eso hago. Estuve pensando en mudarme al edificio grande con vosotros. - me envolví en el pijama. No estaba segura de hasta qué punto estaba dispuesta. Sus ojos se encendieron como candelabros en la oscuridad y me abrazó.
-¡Será genial! ¡A Izan le hará mucha ilusión! Podrías cambiarte ya y para cuando volvamos ya te habrás acostumbrado. - terminado el abrazo me observó con una sonrisa de oreja a oreja. Hacía tiempo que no la veía tan ilusionada.
Corrió a informar al doctor y antes de las once ya me había instalado en mi nueva habitación. Esta era mucho más amplia y también incluía un baño personal. Desde el ventanal se podía ver una gran parte del pueblo, con sus tejados color ladrillo y negro azabache y sus calles empedradas. También se veía un frondoso boscaje de pinos, en cuyas copas se reflejaba la luz mostrando un gran abanico cromático de diferentes tonalidades verdosas y amarillentas. A lo lejos advertí lo que parecía una gran mansión rodeada de la espesa manta de árboles. Probablemente ahí vivía Fiend y todo su ejército de criaturas sobrehumanas. "Si tuviera un telescopio..." pensé.
A medianoche, el doctor y mi madre huyeron de la frívola casa familiar Marquet rumbo a una misión de trabajo e involuntariamente también de placer.
En diversas ocasiones me crucé con el primogénito Marquet en los diferentes pasillos de aquel lugar. Se extrañó de encontrarme merodeando por todos y cada uno de los corredores en busca de algún aliciente que me resultara atractivo de aquella casa. Acabé descubriendo que en muchas de las salas y galerías, que encontraba con la puerta cerrada, estas escondían una historia cada vez más compleja y enigmática de la familia. Una de las veces que me encontré con Isaac en el pasillo se paró frente a mí.
-Si vamos a ser hermanastros vamos a tener que apoyarnos.
-No entiendo.
-A ver, tu das la cara por mí, yo por ti; tú me encubres, yo lo hago por ti. - con las palmas de la mano hacia arriba dibujó con sus manos círculos en el aire, signo de ayudarme a entenderlo.
-Sí, ahora sí. ¿Qué quieres que haga por ti? - enarqué una ceja y él apoyó su brazo derecho sobre mis hombros.
-Me voy a ir unos cuantos días a un camping a la orilla del río con mis colegas, le dije a mi padre que no iría por quedarme cuidando de ti. Tú no necesitas que te cuide y yo no quiero hacerlo. Nadie sabrá que me fui. - con la mano izquierda hizo un recorrido semicircular frente a nosotros como si se dirigiera a un público específico - Volveré antes de que ellos lo hagan. - retiró su brazo de mis trapecios y se puso, de nuevo, frente a mí. - Si se adelantan, llámame. - sacó de su bolsillo un papel con lo que parecía su número de teléfono escrito y entró en una de las habitaciones. Lo guardé en uno de los bolsillo de la chaqueta gris de lana que llevaba puesta y bajé al salón. Quedé encandilada con los sofás de terciopelo verde cazador delineados de madera de haya barnizada al más puro estilo victoriano. Las paredes eran de un verde similar al del sofá y estaban decoradas con enormes estanterías llenas de libros, réplicas de fósiles, representaciones de mapas y algún que otro cactus. El olor a café que se filtraba por los intersticios de las puertas se fundía con el ambiente sombrío de aquel lugar.
-¡Me voy, Alma! - la voz forzada de Isaac se escuchó en el hall y salí en su busca. Portaba una mochila a la que se encontraba atada un saco de dormir y una cantimplora.
-Ten cuidado y que te vaya bien. - sonreí y cerré los ojos durante un segundo para parecer entrañable.
Salió por la puerta y me encontré sola en un mansión totalmente ajena a mí y de la que desconocía cualquier tipo de peligro o refugio. Deseé entonces que alguno de los empleados sintiera pena de mí y decidiera pasar la noche conmigo en aquel lugar, sin embargo no ocurriría nada como aquello. Los empleados del Dr. Marquet estaban bien educados y no volvían al edificio central una vez terminado su horario de trabajo, a no ser que el doctor lo solicitara personalmente. Me dirigí a la cocina y advertí que la puerta que daba al pequeño huerto no estaba cerrada del todo. Corrí hacia ella y eché el pestillo. Comencé a darme cuenta de que allí era vulnerable a cualquier tipo de ataque por parte de ladrones, locos, violadores o cualquier tipo de malechor. Agarré un cuchillo afilado y lo llevé conmigo a todos lados mientras acechaba cada rincón por el que pasaba y escuchaba minuciosamente cada sonido. De vez en cuando me sobresaltaba por algún chasquido de una rama afuera o algún graznido de algún cuervo. Tras varias horas en guardia acabé sumiéndome en lo más profundo de mis sueños en aquel sofá aterciopelado.
Tras algunos días sin sobresaltos acabé acostumbrándome a la soledad nocturna que me proporcionaba la casa. Por el día charlaba con el servicio y trataba de darles el menor trabajo posible. En algún momento me invitaban a su casa y me contaban historias de sus antepasados. En otras ocasiones daba un paseo por el pueblo esperando un encuentro casual e indirectamente provocado pero esperaba en vano. Una noche recibí una llamada desde otro pueblo. Mi madre e Izan debían ausentarse unos días más debido a que no podían sacar ninguna conclusión precipitada de su investigación y debían aumentar su esfuerzo de manera rigurosa. Se despidieron recordando que nos echaban de menos y que pronto volverían a casa. Aquello me tranquilizó y dadas las circunstancias me hizo sentirme de nuevo en una familia. Me acurruqué en una manta sobre el sofá del salón, con la intención de conciliar el sueño y, cuando estuve a punto de hacerlo, una luz me cegó a través de la ventana. Entreabrí los ojos y vi que la luz parpadeaba. Me acerqué lentamente a la ventana y retiré las cortinas para sacar una conclusión más acertada. La luz provenía de un coche por lo que alguien estaba haciendo la luz parpadear. ¿Era a mí? Al verme asomada, la persona volvió a hacer parpadear las luces y yo, instintivamente, me oculté rápidamente tras la cortina y me alejé de la ventana caminando hacia atrás. Me dirigí hacia la cocina y cogí el cuchillo que me acompañó mi primer día sola en la casa y lo escondí en la chaqueta. Guardé las llaves de la mansión en el bolsillo del pantalón y salí de la casa. Caminé hacia la verja aún sin ver con total claridad pero firme y segura. A medida que me acercaba podía reconocer con más exactitud el todoterreno de Kory. Salí del recinto y tras cerrar la verja tras de mí me dirigí a él.
-¿Qué haces aquí? - sonreí.
-Voy de caza al río y como me pillaba de camino tu casa me pareció apropiado venir a hablar contigo.
-Oh, qué detalle...
-Quería saber por qué te fuiste así de mi casa. - se apoyó en el capó del todoterreno y me miró de arriba abajo.
-Oh, es que recordé que había olvidado decirle a mi madre que salía y si estoy mucho tiempo afuera sin avisarla llama a la policía y monta un follón por nada. -me llevé la mano a la nuca.- Lo siento.
-No, tranquila. Si total, tenía que arreglar unos asuntos. -me tendió la mano. Yo se la estreché y tiró de mí hacia él. Apoyé mis manos sobre su chaqueta de cuero negra y nos miramos a los ojos durante unos instantes. Segundos después me alejé de él un par de pasos hacia atrás y miré hacia otro lado.
-Al parecer esta noche están habiendo ataques de vampiros.
-¿Ataques?
-Sí. Deben de tener hambre esos cabrones.
-¿Ataques a gente normal, del pueblo?
-Si, Alma. Y me voy ya, que parece ser que hay un camping cerca del río y no queremos que esos malditos toquen a nadie más. - se subió en el asiento del conductor mientras me miraba cuidadosamente.
-¿¡UN CAMPING!? ¡Llévame ahora mismo! - subí al asiento del copiloto y cerré la puerta.- ¡Isaac está allí!
-¿Isaac? - preguntó aún con su puerta abierta.
-¡Sí! ¡Corre! - golpeé el salpicadero y él, con suma tranquilidad, cerró la puerta del coche.
-¿Quién es Isaac?
-¡Llévame allí! - grité preocupada.
-¿No me vas a decir quién es? - me miró fijamente a los ojos.
-¡No es momento para ponerse celoso! - me arrepentí de lo que acababa de vomitar y él hizo un gesto de incredulidad y arrancó el motor. Me tranquilicé ipso facto y observé cómo se alejaba mi casa y desaparecía entre la densa niebla del paisaje.

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