martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo dieciséis: decimosexta pieza.

-¿Qué ha sido eso? - susurré.
-No lo se, pero corre. - me cogió de la mano y salimos corriendo en dirección contraria.
-¿Y Rosh? - corría todo lo rápido que podía pero Fiend lo hacía mucho más deprisa y tiraba de mí demasiado fuerte.
-Estará bien, confía en mí.
Dimos un rodeo no muy grande y acabamos al principio de la carretera interurbana que se encontraba cerca de la casa de Kory. Allí apareció el Porshe a velocidad de vértigo. Paró frente a nosotros. Rosh, al volante, tenía sangre en las manos, en la camiseta y en la cara.
-¿Qué te ha...? - Fiend abrió la puerta de atrás y me empujó dentro del vehículo.
-La culpa es tuya. - alegó Rosh sin inmutarse, irritado.
-Una mierda, no saben controlarse. - contestó Fiend.
-¿Qué ha pasado allí abajo? - pregunté, sin embargo parecieron ignorarme.
-Joder, hermano.
-Esto ha sido inusual. - Fiend golpeó el salpicadero con el puño cerrado.
-Lo tenía planeado. -refunfuñó su compañero.
-¿Hola? ¿Me queréis decir qué ha pasado? ¿Por qué tienes sangre? ¿Estás bien? ¿Quién tenía planeado el qué?
-Cállate, me estás poniendo nervioso. - Rosh conducía demasiado deprisa y yo aún seguía demasiado exaltada.
Frenó y me instó a bajar. Miré por la ventanilla, había parado frente a mi antigua casa.
-Yo ya no vivo aquí.
-¿Qué? No me jodas...- gruñó Rosh.
-Cálmate, pecho lobo.
-Vivo en una finca afuera del pueblo, terreno de la familia Marquet.
Arrancó de nuevo y me llevó directamente a mi destino. Al llegar me bajé del vehículo y observé la verja desde afuera. Fiend se bajó detrás mía y se acercó a mí.
-Oye, ten cuidado. No le cuentes a nadie lo que ha pasado esta noche.
-¿Qué era eso?
-Algunos los llaman no-muertos, otros los llaman demonios...Yo los llamo condenados. Cuídate, ¿vale?
-Pero... - le rogué respuestas con la mirada.
-Ya hablaremos de ello, pero ahora no es el momento. - se acercó a mí y me despeinó con la palma de la mano. - Vete a casa. - caminó hacia el coche y se montó en el asiento del copiloto.
-Volveréis a por mí, y si no, os buscaré y os mataré. - esbocé una sonrisa forzada y me di la vuelta.
Escuché rugir el motor del deportivo y el coche desapareció a mis espaldas. Introduje la llave en el candado de la verja y corrí hasta mi apartamento para tirarme en la cama y descansar.


Durante dos días me mantuve prácticamente recluida en mi habitación leyendo novelas de suspense. No por miedo a lo que había pasado aquella noche sino porque no había tenido contacto ni con Fiend, ni con Kory y no tenía nada mejor que hacer. De vez en cuando salía a socializarme con el resto de miembros de mi nueva familia y hasta resultaba agradable. Aún así, mi madre y el doctor pasaban mucho tiempo en el hospital, pues le escuché decir que un tipo de anemia, al parecer, grave; estaba afectando a algunos habitantes de los pueblos vecinos y tenían mucho trabajo. Al tercer día decidí salir a comprar algunas cosas al pueblo como tés, cactus y más libros, y a ver si por fortuna, me encontraba con alguno de mis supuestos amigos.
Complaciendo mis deseos encontré a Kory cruzando la calle y me encaminé hacia él disimuladamente. Él, al verme, no dudó en acercarse.
-Alma...
-Oh, hola. - miré hacia otro lado.
-Quería disculparme por lo del otro día, aún no he superado lo de mi hermana del todo y me alteré, se que estuvo fatal comportarme así, sabes que yo soy un caballero... No supe controlarme y lo siento, llevo pensándolo estos días y estoy muy arrepentido.
-Lo entiendo, no te preocupes, pero no comprendo qué relación tenía con lo que yo te estaba contando.
-Es que, verás... - puso su mano sobre mi hombro. - No puedo hablar de eso ahora mismo, pero si quieres que te lo cuente podríamos quedar en mi casa, donde nadie nos pueda escuchar.
-Mmmmh... Sí, no veo por qué no. - sonreí brevemente. - Pero con una condición.
-Claro, lo que sea. - retiró la mano de allí y se la llevó a la nuca.
-Tienes que prepararme una cena exquisita. - reí y él rió conmigo.
-No soy muy buen cocinero, pero... trato hecho. - me tendió la mano derecha con un gesto dubitativo en el rostro y yo se la estreché como pude con la mía llena de bolsas. - ¿Esta noche?
-De acuerdo.
-¿Te parece bien a las nueve? - sonrió como  el día en que le conocí.
-Perfecto. ¿A las nueve en tu casa?
-Te estaré esperando. - al decir aquello continuó su camino en dirección contraria y yo me dirigí a casa a prepararme para la cena.
Al llegar a casa de Kory esperé frente a la puerta un par de segundos antes de llamar mientras me acicalaba el pelo. Después llamé al timbre y él mismo fue quien abrió. Al verme pareció sorprenderse. Se había peinado con gomina y llevaba un trapo de cocinero en el hombro.
-Estás muy guapa. - me señaló que podía pasar.
-Gracias. Te he traído un regalo. - entré y le enseñé un cactus pequeño que llevaba en mis manos.
-Oh, muchas gracias, Alma. Me encantan los cactus. - lo cogió por la maceta y se dirigió a alguna parte. Yo le seguí. Entramos en lo que parecía su salón y colocó el cactus junto a la ventana.  A un metro escaso de la ventana había una mesa de comedor. En ella habían colocado un mantel de estampado nevado, unas copas de vino, cubiertos perfectamente colocados y una vajilla antigua con un motivo floral dibujado, probablemente a mano, sobre la porcelana. Aquella imagen me dio escalofríos. ¿Aquello era una cita? Como las de las películas románticas en las que cenan canard à l'orange, se dicen lo mucho que se gustan mientras beben vino y al final acaban enamorados, en la cama de alguno de ellos. Esa idea no me gustaba en absoluto. Dudé por un instante en si debía marcharme de allí, sin embargo, sería mucho más sencillo y correcto explicarle a Kory que mi idea de una cena era otra cosa totalmente diferente.
-¿Te gusta el pato? - gritó desde la cocina.
"Mierda" pensé. ¿Cómo debía reaccionar? No era esto lo que yo tenía pensado.
-No lo he probado nunca.
-Pues entonces te va a encantar.
-Oye, ¿tus tíos dónde están? - me quité la chaqueta y la apoyé sobre el respaldo de una de las sillas.
-Veraneando en el norte. Se ve que no les gusta el calor. - su voz sonaba cada vez más cerca, pues traía la comida en una bandeja. Me miró indeciso.
-Oye Kory...
-Dime. - sus ojos me transmitieron temor al oír aquellas palabras.
-Esto no es precisamente lo que yo tenía pensado...
-Ah, ¿no? - suspiró aliviado.
-No.
-No sabes qué alegría me das. Llevo toda la tarde buscando en internet qué preparar como cena para dos y me han salido todo tipo de respuestas y he acabado en una receta de pato a la naranja en la que ponía que acompañarlo de vino era la mejor opción, que a mí me parecía una ridiculez todo esto, pero no sabía si a ti te iba a gustar...
Sonreí.
- ¿Tienes pizza?
-Claro. La caliento en un momento. Puedes quitarte los zapatos y tumbarte en el sofá. - corrió a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja y apareció minutos después con una pizza hecha en el microondas y dos botellines de cerveza. Dejó todo en la mesita de café y se sentó conmigo en el sofá.
Me contó que la noche que encontramos a su hermana, cuando inspeccionaron su cadáver encontraron pelos negros y un montón de rosas negras a su alrededor. Además, pasamos la noche hablando de muchas cosas más que no nos ponía triste a ninguno de los dos hasta que me quedé dormida en su hombro mientras me contaba la historia de un joven repudiado por su familia que vagó por las ciudades en busca de algo que comer y acabó descubriendo que era un legendario cazador de vampiros...

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