martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo seis: verso hexámetro.

Corría y corría a través del bosque. Me atropellaba los pies sin descanso. Un ser sediento me perseguía, buscaba mi cuerpo, mi sangre, mis ojos y mis labios para juguetear con ellos entre sus garras y dientes sin piedad alguna. No aguantaba más, llevaba demasiado tiempo huyendo sin encontrar un lugar en el que refugiarme. Jadeé al dejarme caer sobre el suelo. La voz que me incitaba a la muerte se encontraba cada vez más cerca. Apreté los puños. De repente sentí cómo ese ser me agarraba del pie. Le miré. Sus grandes ojos rojos supusieron mi final.

Abrí los ojos. Un sudor frío resbalaba por mi frente desenfrenadamente. Frente a mí tan solo había una pared, la de mi habitación. Estaba hiperventilando a la vez que lloraba. Reaccioné. Había tenido una pesadilla. Me levanté de un salto y me senté al borde de la cama. Me llevé las manos a la cabeza, afligida. Suspiré. Mis últimas lágrimas recorrieron mis mejillas, recordando la desesperación que creía haber vivido hace unos instantes.
Me dirigí al baño, abrí el grifo y empapé el rostro en el agua del lavabo. Me miré al espejo. Bajo mis fatigados ojos deslumbraban unas ojeras violetas que destacaban entre mi cansada y pálida piel. Me sequé con la toalla y di un paseo por la casa. Después volví a mi habitación. Me acerqué al escritorio con pasos quedos y me senté en la silla. Giré un par de veces sobre ella, abrí el cajón y vi la rosa. Todos los pétalos marchitos yacían sobre la base de este y el tallo, deshidratado, se había retorcido adquiriendo una forma de media luna. Cerré el cajón y me vestí. Guardé en una mochila el revólver que había encontrado, la linterna que no devolví a los oficiales, un par de barritas de chocolate, una cámara de vídeo, unos prismáticos y una manta. 
Salí y recorrí la carretera en busca de la mansión. La linterna alumbraba mi paso y la cámara, en mi mano izquierda, grababa toda acción o movimiento a mi alrededor. Con entusiasmo caminé hasta llegar a los límites de la finca y allí empecé a narrar todo lo que hacía o veía. Hola a quien lo llegue a ver. Soy Alma, la hija de la enfermera Hollywright. Si me pasa algo esta noche, estoy o...estará mi cadáver en los límites de la mansión que se encuentra a unos pocos kilómetros del riachuelo del pueblo... Enfoqué a las ventanas del caserón. Las cortinas se movían bruscamente y finalmente dejaron al descubierto la figura de una niña que me observaba atentamente. Escondí la cámara de vídeo detrás de mis piernas y saqué los prismáticos. Cuando encuadré, la niña sonrió maliciosamente y se escondió tras el cortinal. Entrecerré los ojos y retiré los prismáticos, lanzándolos al interior de la bolsa. Acabo de ver una niña en el ventanal de la casa. Era un poco inquietante la forma en la que me ha mirado, aunque no estoy segura de que fuera a mí lo que estaba observando. De todas maneras ya se ha ido. A continuación voy a entrar en la finca. Estoy segura de que esta casa tiene algún tipo de relación con los asesinatos de Alexia y Lucrecia. Cogí la mochila y salté los arbustos. De repente alguien me tapó la boca por detrás y me apretó contra un cuerpo duro. Me arrancó la cámara de las manos y dio una patada a la linterna. Intenté chillar. Me resistí pero todo resultó inútil. Pataleé. 
-Shh...pequeña.-una voz enfermiza susurró en mi oído. Grité asustada.- ¿Qué haces aquí, tan sola por estos bosques?- su voz dejaba un regusto aterciopelado en mis tímpanos. Forcejeé, de nuevo, sin resultado. Frente a mí, en la oscuridad de la noche aparecieron los misteriosos ojos rojos.
-Suéltala.-una voz firme y a la vez un tanto suave retumbó entre los arbustos. 
-Ni lo sueñes...huele tan bien.- noté como una áspera lengua recorrió mi cuello. Me retorcí de nuevo. Sentí repugnancia pero el hecho de no poder deshacerme de los brazos que me habían atrapado tan solo me hacían tener ganas de llorar. 
-Todavía no.-salió de entre las sombras un hombre alto. La luz de la luna iluminó su blanquecino cabello y atravesó sus cristalinos ojos azul cielo que me atraparon en un torbellino de oscura incertidumbre.- No rompas las reglas.
Quien quiera que fuese quien me agarraba lamió mi nuca y acto seguido me dejó en libertad. Corrió adentrándose en el bosque con mi cámara y mis prismáticos, dejándome sola e indefensa ante el verdadero peligro.

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