domingo, 6 de julio de 2014

Capítulo doce: duodécima sospecha.

Tras varios fines de semana sin muertes, sin volver a verle y sin noticias de Kory, mi madre lucía una espléndida sonrisa cada vez que iba a trabajar y volvía a casa con el suspiro de una adolescente. Ya había pasado mucho tiempo desde que papá nos dejo y mi madre no acababa de recuperarse. Era increíble el cambio que había pegado y sobretodo, era increíble ver que había recuperado la ilusión. El problema era que quizá, tras centrarse demasiado en su nuevo aliciente apenas hacía caso a su única hija que, por unas o por otras siempre acababa sola. Aunque aquello no suponía un gran obstáculo para mí. No podía ser egoísta con ella y yo ya estaba acostumbrada a que Tinnitus fuera mi fiel compañero.
La casa estaba sorprendentemente revuelta y mi madre trataba de disuadirme cada vez que tenía intención de hacer una limpieza a fondo. Sus numerosas citas con el doctor hacían que estuviese siempre fuera de casa y fuera yo quien tuviera que encargarse de las tareas domésticas. Aquello me venía como anillo al dedo pues, al fin y al cabo, estaba entretenida y apenas lograba tener tiempo para pensar en Lucrecia, en Alexia, en Fiend o en Rosh...

Una tarde como otra cualquiera mi madre se arreglaba para salir. Sin embargo, al contrario que otros días, este decidió llevarme a mí con ella. Alegó que era necesario pues el doctor también era viudo y tenía un hijo y puesto que su relación iba tomando forma, debíamos al menos tener una primera toma de contacto para amenizar nuestra incómoda relación. Así que, no muy conforme con sus argumentos aunque intentando complacerla, me vestí y la acompañé. Por suerte, el doctor era buen degustador gastronómico y nos llevó a un magnífico y caro restaurante en un pueblo cercano.
El señor Marquet resultó ser una persona muy agradable y comprensiva. Además, por los ojos de ternura con los que observaba a mi madre no podía ponerle ninguna pega. Su hijo, en cambio, lejos de parecerse a su padre, era una persona arisca y lacónica. Apenas compartimos un par de palabras.
Tras la singular cena, nos llevaron por sorpresa a un distinguido club de baile. Mi madre y el doctor, a quien me hicieron llamarle a partir de aquel momento Ízan, encontraron en la pista un lugar perfecto para no dejar de bailar en toda la noche. Su hijo desapareció enseguida y yo me quedé sentada en la barra pidiendo refrescos sin alcohol. Mi aburrimiento era tal que estuve a punto de dormirme en tres ocasiones. De vez en cuando las camareras me contaban algún cotilleo o intentaban hacerse las graciosas pero nada de ello borraba la indiferencia de mi rostro. Apoyé el codo sobre la barra y sostuve mi barbilla con la mano. Observé cómo mi madre se reía como hacía años que no hacía y volví la vista, de nuevo, a la estantería llena de botellas alcohólicas. Advertí con el rabillo del ojo que alguien se sentó a mi lado.
-Una copa de vino y...un té helado.- reconocí aquella voz aterciopelada. Giré la cabeza y allí estaba Fiend. Por primera vez en toda la noche abrí los ojos como una persona normal. Él pareció reconocer el gesto de sorpresa en mi rostro. - Siempre nos encontramos en los lugares más absurdos. - la camarera le tendió lo que había pedido y él empujó el té helado hacia mí.
-No quiero, gracias.- dije con tono seco.
-Si no te lo tomas estarás siendo descortés conmigo además de estar desaprovechando una bebida que después tendrán que tirar sin estrenar. - sonrió.
-No creerás que puedes invitarme a tomar algo después de haberte ido aquel día como lo hiciste. - apreté los labios.
-Quería disculparme pero hasta ahora no nos hemos cruzado. - dio un sorbo a su copa.- Lo siento, es que a mi familia le gusta mucho importunar a los demás y si me hubiera quedado contigo Rosh te hubiera hecho sentir incómoda.
Acepté sus disculpas dando un sorbo al té y pareció comprenderlo.
-Bueno Alma, y ¿cómo has llegado hasta este sitio?
-Por mi madre y su novio. - contesté con desdén.
-¿Quieres que salgamos afuera? No pareces divertirte mucho aquí dentro...
-Sí, por favor. - me incorporé y me levanté del asiento.- A propósito, ¿qué haces tú aquí solo?
-Vengo de vez en cuando a divertirme.
Caminamos hacia la salida y, una vez fuera, él caminó unos metros más lejos del lugar hasta llegar a un parque cercano conmigo siguiéndole. Una vez allí se sentó a los pies de un árbol y apoyando la copa de cristal en la hierba me instó a sentarme junto a él. Recelosa me puse de rodillas frente a él.
-Qué, ¿has vuelto a espiar mi casa desde los arbustos? - rió.
-Si me has traído aquí para burlarte de mí me voy. -
-No, no, traquila...Menudo humor más cerrado. - sus ojos analizaron mi postura de arriba abajo. Comenzó a reírse.
-¿Qué? - espeté.
-Estás horrible con ese vestido. - se llevó el dorso de la mano a la frente. Bufé.
-¿Pero de qué vas? - cogí una piña del suelo que se encontraba próxima a mí y se la lancé.
-¡Eh! Que me manchas el traje.
-Que me manchas el traje, mimimí, mimimí...-comencé a hacerle burla.- Menudo fino. ¿No se te habrá roto una uña?
-Ríe mientras puedas. - se acercó exhalando el aire en mi barbilla y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y mantuvo su mano en el aire, paralelo a mi rostro. Instintivamente me aparté.
-¿Qué te crees que estás haciendo? - me alejé cuanto pude de él. - No se de dónde vendrás, pero aquí no somos así. No te creas que por tener dinero y aparentar ser un "heartbreaker" vas a mangonearme. - le golpeé la mano con rapidez y me aparté de allí gateando hacia atrás.
-Por eso me acerqué a ti. - sonrió.
-Pues no lo hagas más. - me levanté y caminé en dirección al club.
-Me ganaré tu confianza. -añadió.
Al llegar, todos se encontraban en la puerta mirando a los alrededores.
-¿Dónde estabas?- mi madre me abrazó con fuerza.
-Fui a tomar el aire.
-Vámonos, anda.
Nos montamos en el coche. A través de la ventanilla vi cómo desde hasta donde la vista alcanzaba a ver de la carretera Fiend hacía una reverencia mientras susurraba algo que no llegué a descifrar.

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