miércoles, 30 de abril de 2014

Capítulo dos: dobles parejas.

Me desperté en mitad de la noche debido a un fuerte dolor de cabeza. A pesar de ser altas horas de la madrugada no había nadie en mi casa más que yo. El incesante repiqueteo en mis sienes me impidió volver a dormir. Pensé en todo lo ocurrido el día anterior y la naturalidad con la que se había solucionado. Me estremecí. Empecé a encontrarme sofocada por lo que abrí la ventana y me asomé para tomar un poco de aire. De repente vi pasar una sombra. Me sobresalté pero mantuve la compostura. Observé cuidadosamente, intentando reconocer algo entre tanta oscuridad. Alguien llamó a la puerta de manera efusiva y estruendosa y del susto cerré la ventana. Fui lentamente a abrir y ante mis ojos apareció Lucrecia del brazo de un chico joven. 
-¡Alma! Menos mal que has abierto.-dijo entre sonrisas risueñas.
-Hola.-miré al chico, este me observaba sereno.
-Vaya, pareces cansada...-rió y después le miró. Él la sonrió amablemente.
-Estaba durmiendo.-volví a mirarle, sostenía una rosa negra en la mano derecha y la olía cada pocos segundos.
-Necesitaba decirte que le comenté a mi madre que esta noche dormiría en tu casa. Si llama dile que estoy dormida y que volveré sobre las once.-el tono de convicción de su voz casi me hizo creérmelo de verdad. El chico abrió los ojos y la interrumpió.
-No deberías llegar tan tarde...¿Qué tal a las siete?-después la miró a los ojos. Su voz suave e inocente pero tenía un residuo macabro en el tono. 
-Llevas razón.-sonrió como hipnotizada.- Bueno, adiós Alma.-comenzaron a caminar en dirección contraria. 
-Buenas noches.-bostecé. Antes de cerrar la puerta del todo, vi cómo aquel hombre arrojó la rosa negra a sus espalda, dejándola indefensa sobre el camino empedrado de mi parcela.

No pude dormir el resto de la noche, por lo que la pasé escribiendo un artículo sobre la nueva mansión y sus inquilinos desconocidos. No obstante, por más que lo escribía, no terminaba de convencerme y tenía que volver a repetirlo. Observé el cielo cada vez que necesité un descanso y aquella noche la luna se tiñó de un intenso color rojos que llamó mi atención. Lo investigué en Internet pero no apareció nada, factor que me atrajo aún más. 

La mañana transcurrió sin sobresaltos. Por la tarde me decidí a dar una vuelta por el pueblo y al llegar a la calle de los comercios encontré una aglomeración de gente que había hecho un círculo alrededor de la policía. Entre ellos la madre de Lucrecia lloraba desconsolada. Al verme gimió y entre sollozos corrió hacia mí. 
-¿Dónde está mi hija?- me tomó del jersey y me zarandeó. Me deshice como pude de la presión que ejercían sus manos sobre mí y me separé mientras los demás se acercaban a nosotras con preocupación.
-¡Suélteme! ¿Está loca? ¿Es que acaso yo debería saberlo? -le miré a los ojos, unos ojos que me acusaban con ira de su desgracia. 
-Anoche fue a dormir a tu casa y aún no ha vuelto...¡¿Dónde está?!-por unos instantes me convertí en el centro de atención.
-¡No! ¡No estuvo en mi casa, te mintió! -dije firmemente. La mujer se llevó las manos a la cabeza y sus ojos estaban apunto de salirse de las órbitas. Un agente de policía jovencito se interpuso entre nosotras.
-Perdone, ¿podríamos hacerle unas preguntas? -el chico me sonrió ampliamente.
-Claro.
Tras el interrogatorio y no haberles contado nada de lo ocurrido durante la madrugada, me acompañaron a casa y la inspeccionaron con mi permiso. Mientras observaban todo minuciosamente, me entretuve charlando con el joven policía que había evitado que hubiera sido asaltada de nuevo por la señora Cólibrie. Me contó que se había mudado hacía no mucho tiempo a casa de sus tíos y que había finalizado hacía poco tiempo la academia de policía. No obtuvieron ningún dato relevante, agradecieron mi colaboración y continuaron sus investigaciones fuera de mi propiedad. Kory insistió en verme en otra ocasión y accedí por cortesía, creyendo en la posibilidad de que una vez llegara a la comisaría, olvidara esta conversación. Una vez hubieron dejado el recinto recogí la rosa negra del suelo, la cual había perdido todos los pétalos, y sentí un escalofrío por toda la espina dorsal.

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