sábado, 9 de mayo de 2015

Capítulo veinticinco: vigésimo quinta confesión.

Una vez en casa todo se encontraba en perfecto estado. Nadie hubiera sospechado jamás que allí había ocurrido semejante atrocidad. Fiend me dejó en la puerta y se marchó sin apenas terciar palabra.
Durante unos días no tuve noticias de Kory. No contestaba mis llamadas ni parecía encontrarse en casa. Kory había sido mi mayor apoyo emocional pero Fiend siempre aparecía en el momento preciso para salvarme. Me sentía triste por Kory pero no me arrepentía de confiar en Fiend. Me tiré en la cama y me dediqué durante horas a mirar el techo, esperando algo que no sabía si llegaría en algún momento. Soñaba despierta y me imaginaba cómo hubiera sido mi vida estos últimos meses si no se hubieran cruzado conmigo ninguno de ellos. Tal vez aún mantendría el trabajo en el periódico local. Tal vez tendría una vida normal. Tal vez habría decidido dejar a un lado mi soledad y darle una oportunidad a los demás. Tal vez ahora mismo estuviera tirada en la cama pensando lo divertido que sería ser una de las pocas privilegiadas que gozan de la existencia de algo mágico o sobrenatural. Tal vez estaría deseando encontrarme con alguien que me abriera las puertas a esa pequeña parte del mundo que la mayoría desconoce o no quiere asimilar. Tal vez estaría maldiciendo mi vida por ser aburrida, por ser la típica vida de la típica adolescente cansada del mundo real. Tal vez acabaría resignándome a la realidad de mis libros, soñando con algún personaje con una personalidad tan definida que haría que me derritiese, soñando con secretos que solo podría compartir con él y que acabarían provocando una huída fortuita entre los dos a cualquier paradero remoto y solitario en el que solo él y yo fuéramos importantes. Y al final acabaría sumida en la profundidad de mis propios sueños.
¿Y cuándo ya tienes lo que habías soñado pero no es realmente como te imaginabas?


Sentí una respiración en mitad del silencio. Me revolví entre las sábanas fingiendo seguir dormida, intentando palpar con las piernas la posición de quienquiera que fuese quien me estaba observando. No logré alcanzar nada.
Abrí los ojos lentamente y encontré a Fiend sentado en el borde de la cama, mirándome.
-¿Qué haces aquí?-titubeé entre bostezos.
-Quería verte.-acarició uno de mis mechones de pelo despeinados. Yo terminé de desperezarme.
-¿También estoy en problemas ahora?
-Tal vez.-logré advertir, a pesar de tener la vista nublada, cómo una pícara sonrisa se dibujaba en su rostro. Pestañeé unas cuantas veces seguidas y él me agarró de las muñecas, suavemente, y colocó mis brazos sobre mi cabeza, haciendo la fuerza necesaria para que no pudiera deshacerme de él.-¿Te sientes en peligro?
-No.-sonreí. Él retiró sus manos de mis muñecas y yo continué con los brazos en esa posición. Después maniobró grácil para subirse en la cama y se colocó sobre mí apoyando sus rodillas una a cada lado de mi cuerpo, después se desabrochó un par de botones de su camisa púrpura y posó sus manos sobre su nuca.
-¿Y ahora?-su voz sonó juguetona.
-Tampoco.-mis palabras le tomaban ventaja a mis pensamientos y no era capaz de pararme a pensar antes de responder. Noté como mis mejillas se sonrojaron. Él apoyó su mano izquierda en el colchón, cerca de mi pecho y su brazo derecho sobre mi almohada, consiguiendo así estrechar su cuerpo contra el mío y penetrar mis ojos con su mirada a tan solo unos escasos centímetros.
-¿Y ahora?-esta vez, su voz se tornó macabra aunque mantenía algunos resquicios suaves. Sentí un escalofrío que hizo vibrar su cuerpo a la vez. Acercó sus labios a mi oído y continuó.- ¿Estás asustada?-sopló suavemente detrás de mi oreja. Mi cuerpo reaccionaba contradictoriamente. Por un lado se excitaba al contacto con su piel y se estremecía con el tono de su voz. Por el otro, temblaba aterrado por el miedo y se sentía frágil y vulnerable.-¿Crees que voy a violarte?-Me miró fijamente a los ojos y advertí que aún seguía manteniendo los brazos sobre mi cabeza. Me encontré sofocada de repente y traté de alejarle de mí.
-Tengo calor.
Se incorporó y bufó vacilante. Después soltó una pequeña risotada y enlazó sus ojos con los míos.
-Tú eres mía.
Acto seguido se bajó de la cama y caminó hacia el balcón. Yo, aún con el vello de la piel erizado, trasladé lo que había pasado al rincón de asimilar más tarde y espeté:
-A propósito, ¿cómo has entrado? -me incorporé y me senté al borde de la cama, observándole.
-Te dejaste la puerta del balcón abierta.
-¿Por qué siempre entras por el balcón?
-No creo que tu madre me hubiese dejado entrar por la puerta. -alcanzó mis ojos con sus zafiros y me sonrojé ligeramente.
-No, pero tampoco quiero que entres aquí cuando te de la gana.
-¿Sabías que cuándo le abres las puertas de tu casa a un vampiro por primera vez ya no puedes negarle la entrada?-caminó hasta mí lentamente.
-¿Eso es invención tuya para convencerme?-enarqué una ceja.
-No, es la realidad. Algún aspecto positivo tendría que proporcionarnos esta situación.
-¿Eso quiere decir que si cierro todas las puertas de mi habitación con llave se abrirán por arte de magia si tú quieres entrar?
-Algo así. -inspeccionó mi habitación con delicadeza.- No me había fijado en el diseño de tu habitación, me resulta agradable.- caminó un poco por los rincones más desacertados.
-La última vez que estuviste aquí no tuviste tiempo de hacerlo.
-Hubo muchas cosas que no me dio tiempo a hacer.-se acercó de nuevo hacia mí y me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie. Yo le agarré la mano y traté de levantarme pero él, en un rápido movimiento, me apretó contra su cuerpo, dimos un giro y me apoyó contra la pared. Al tenerle tan cerca volví a sonrojarme y miré hacia un lado. Intenté titubear pero fracasé. -Cuando nuestro instinto reacciona al olor de la sangre los que más autocontrol tienen sobre sí mismos tienen dos opciones a elegir: sucumbir al olor como satisfacción vigorizante, es decir, morder, o rechazar esa opción.-hizo una pausa, yo esperé a que continuara.- Si eliges la segunda, es otro instinto el que comienza a avivarse.- Acercó sus labios a los míos sin llegar a rozarlos y yo comencé a hiperventilar.- Me gustas, Alma.
Instantáneamente alguien golpeó la puerta de la habitación desde el otro lado.
-Salvada por la campana.- Deshizo la cárcel que había construido a mi alrededor con sus brazos y se encaminó hacia el balcón.- Volveré en otro momento.
-¿Alma?- la voz de mi madre se escuchó tras la puerta. Yo, sin decir una palabra corrí a abrirle la puerta a mi madre. Ella entró y agarrándome la mano me observó de arriba abajo.
-¿Qué pasa, mamá?
-¿Qué te pasa, hija? Estás caliente y tienes la cara roja, ¿no tendrás fiebre?
-No creo, trae el termómetro por si acaso.- sonreí a duras penas.
-Ha llamado Kory, dice que cuando puedas le llames, tiene cosas que contarte.-Llevó su mano a mi frente, controlando la temperatura.
-Vale, gracias mamá.-Resoplé.- Ahora le llamaré.-Ella pareció aliviarse y se alejó un par de metros, decidida a irse. Sin embargo, cuando anduvo dos o tres pasos se paró y se dio media vuelta.
-No le descuides, es un buen chico y podrías perderle.
Sentí una punzada en el corazón. Aún no acababa de asimilar lo que había ocurrido antes de que mi madre llamara a la puerta. Mi cuerpo aún se encontraba en shock. Las piernas aún me temblaban y el vello de mi piel permanecía igual de erizado que cuando me susurró al oído. Aún sentía su piel en contacto con la mía. Aún sentía sus labios en mi oreja, sus manos en mis muñecas y sus piernas en mis caderas. En el espejo vi reflejada una pequeña sonrisa cómplice, que adornaba mi rostro con suma delicadeza pero un escalofrío me sacó a rastras de aquel espejismo. Me abracé y sentí su olor en mis dedos. Fue entonces cuando una bandada de colibríes revoloteó con frenesí, inundando mis adentros de una tímida calidez.

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