sábado, 9 de mayo de 2015

Capítulo veinticinco: vigésimo quinta confesión.

Una vez en casa todo se encontraba en perfecto estado. Nadie hubiera sospechado jamás que allí había ocurrido semejante atrocidad. Fiend me dejó en la puerta y se marchó sin apenas terciar palabra.
Durante unos días no tuve noticias de Kory. No contestaba mis llamadas ni parecía encontrarse en casa. Kory había sido mi mayor apoyo emocional pero Fiend siempre aparecía en el momento preciso para salvarme. Me sentía triste por Kory pero no me arrepentía de confiar en Fiend. Me tiré en la cama y me dediqué durante horas a mirar el techo, esperando algo que no sabía si llegaría en algún momento. Soñaba despierta y me imaginaba cómo hubiera sido mi vida estos últimos meses si no se hubieran cruzado conmigo ninguno de ellos. Tal vez aún mantendría el trabajo en el periódico local. Tal vez tendría una vida normal. Tal vez habría decidido dejar a un lado mi soledad y darle una oportunidad a los demás. Tal vez ahora mismo estuviera tirada en la cama pensando lo divertido que sería ser una de las pocas privilegiadas que gozan de la existencia de algo mágico o sobrenatural. Tal vez estaría deseando encontrarme con alguien que me abriera las puertas a esa pequeña parte del mundo que la mayoría desconoce o no quiere asimilar. Tal vez estaría maldiciendo mi vida por ser aburrida, por ser la típica vida de la típica adolescente cansada del mundo real. Tal vez acabaría resignándome a la realidad de mis libros, soñando con algún personaje con una personalidad tan definida que haría que me derritiese, soñando con secretos que solo podría compartir con él y que acabarían provocando una huída fortuita entre los dos a cualquier paradero remoto y solitario en el que solo él y yo fuéramos importantes. Y al final acabaría sumida en la profundidad de mis propios sueños.
¿Y cuándo ya tienes lo que habías soñado pero no es realmente como te imaginabas?


Sentí una respiración en mitad del silencio. Me revolví entre las sábanas fingiendo seguir dormida, intentando palpar con las piernas la posición de quienquiera que fuese quien me estaba observando. No logré alcanzar nada.
Abrí los ojos lentamente y encontré a Fiend sentado en el borde de la cama, mirándome.
-¿Qué haces aquí?-titubeé entre bostezos.
-Quería verte.-acarició uno de mis mechones de pelo despeinados. Yo terminé de desperezarme.
-¿También estoy en problemas ahora?
-Tal vez.-logré advertir, a pesar de tener la vista nublada, cómo una pícara sonrisa se dibujaba en su rostro. Pestañeé unas cuantas veces seguidas y él me agarró de las muñecas, suavemente, y colocó mis brazos sobre mi cabeza, haciendo la fuerza necesaria para que no pudiera deshacerme de él.-¿Te sientes en peligro?
-No.-sonreí. Él retiró sus manos de mis muñecas y yo continué con los brazos en esa posición. Después maniobró grácil para subirse en la cama y se colocó sobre mí apoyando sus rodillas una a cada lado de mi cuerpo, después se desabrochó un par de botones de su camisa púrpura y posó sus manos sobre su nuca.
-¿Y ahora?-su voz sonó juguetona.
-Tampoco.-mis palabras le tomaban ventaja a mis pensamientos y no era capaz de pararme a pensar antes de responder. Noté como mis mejillas se sonrojaron. Él apoyó su mano izquierda en el colchón, cerca de mi pecho y su brazo derecho sobre mi almohada, consiguiendo así estrechar su cuerpo contra el mío y penetrar mis ojos con su mirada a tan solo unos escasos centímetros.
-¿Y ahora?-esta vez, su voz se tornó macabra aunque mantenía algunos resquicios suaves. Sentí un escalofrío que hizo vibrar su cuerpo a la vez. Acercó sus labios a mi oído y continuó.- ¿Estás asustada?-sopló suavemente detrás de mi oreja. Mi cuerpo reaccionaba contradictoriamente. Por un lado se excitaba al contacto con su piel y se estremecía con el tono de su voz. Por el otro, temblaba aterrado por el miedo y se sentía frágil y vulnerable.-¿Crees que voy a violarte?-Me miró fijamente a los ojos y advertí que aún seguía manteniendo los brazos sobre mi cabeza. Me encontré sofocada de repente y traté de alejarle de mí.
-Tengo calor.
Se incorporó y bufó vacilante. Después soltó una pequeña risotada y enlazó sus ojos con los míos.
-Tú eres mía.
Acto seguido se bajó de la cama y caminó hacia el balcón. Yo, aún con el vello de la piel erizado, trasladé lo que había pasado al rincón de asimilar más tarde y espeté:
-A propósito, ¿cómo has entrado? -me incorporé y me senté al borde de la cama, observándole.
-Te dejaste la puerta del balcón abierta.
-¿Por qué siempre entras por el balcón?
-No creo que tu madre me hubiese dejado entrar por la puerta. -alcanzó mis ojos con sus zafiros y me sonrojé ligeramente.
-No, pero tampoco quiero que entres aquí cuando te de la gana.
-¿Sabías que cuándo le abres las puertas de tu casa a un vampiro por primera vez ya no puedes negarle la entrada?-caminó hasta mí lentamente.
-¿Eso es invención tuya para convencerme?-enarqué una ceja.
-No, es la realidad. Algún aspecto positivo tendría que proporcionarnos esta situación.
-¿Eso quiere decir que si cierro todas las puertas de mi habitación con llave se abrirán por arte de magia si tú quieres entrar?
-Algo así. -inspeccionó mi habitación con delicadeza.- No me había fijado en el diseño de tu habitación, me resulta agradable.- caminó un poco por los rincones más desacertados.
-La última vez que estuviste aquí no tuviste tiempo de hacerlo.
-Hubo muchas cosas que no me dio tiempo a hacer.-se acercó de nuevo hacia mí y me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie. Yo le agarré la mano y traté de levantarme pero él, en un rápido movimiento, me apretó contra su cuerpo, dimos un giro y me apoyó contra la pared. Al tenerle tan cerca volví a sonrojarme y miré hacia un lado. Intenté titubear pero fracasé. -Cuando nuestro instinto reacciona al olor de la sangre los que más autocontrol tienen sobre sí mismos tienen dos opciones a elegir: sucumbir al olor como satisfacción vigorizante, es decir, morder, o rechazar esa opción.-hizo una pausa, yo esperé a que continuara.- Si eliges la segunda, es otro instinto el que comienza a avivarse.- Acercó sus labios a los míos sin llegar a rozarlos y yo comencé a hiperventilar.- Me gustas, Alma.
Instantáneamente alguien golpeó la puerta de la habitación desde el otro lado.
-Salvada por la campana.- Deshizo la cárcel que había construido a mi alrededor con sus brazos y se encaminó hacia el balcón.- Volveré en otro momento.
-¿Alma?- la voz de mi madre se escuchó tras la puerta. Yo, sin decir una palabra corrí a abrirle la puerta a mi madre. Ella entró y agarrándome la mano me observó de arriba abajo.
-¿Qué pasa, mamá?
-¿Qué te pasa, hija? Estás caliente y tienes la cara roja, ¿no tendrás fiebre?
-No creo, trae el termómetro por si acaso.- sonreí a duras penas.
-Ha llamado Kory, dice que cuando puedas le llames, tiene cosas que contarte.-Llevó su mano a mi frente, controlando la temperatura.
-Vale, gracias mamá.-Resoplé.- Ahora le llamaré.-Ella pareció aliviarse y se alejó un par de metros, decidida a irse. Sin embargo, cuando anduvo dos o tres pasos se paró y se dio media vuelta.
-No le descuides, es un buen chico y podrías perderle.
Sentí una punzada en el corazón. Aún no acababa de asimilar lo que había ocurrido antes de que mi madre llamara a la puerta. Mi cuerpo aún se encontraba en shock. Las piernas aún me temblaban y el vello de mi piel permanecía igual de erizado que cuando me susurró al oído. Aún sentía su piel en contacto con la mía. Aún sentía sus labios en mi oreja, sus manos en mis muñecas y sus piernas en mis caderas. En el espejo vi reflejada una pequeña sonrisa cómplice, que adornaba mi rostro con suma delicadeza pero un escalofrío me sacó a rastras de aquel espejismo. Me abracé y sentí su olor en mis dedos. Fue entonces cuando una bandada de colibríes revoloteó con frenesí, inundando mis adentros de una tímida calidez.

jueves, 23 de abril de 2015

Capítulo veinticuatro: dos docenas de secretos.

Al llegar a la mansión, todo se encontraba en perfecta calma. Al igual que en la anterior ocasión, los ventanales se encontraban cerrados y unas opacas cortinas limitaban, casi hasta la inhibición, la luz. El ambiente lúgubre de aquel lugar ahogaba las ilusiones en un mar en calma y sentías que mientras permanecieras allí, todos tus sueños se verían convertidos en cenizas.

Fiend me acompañó hasta su habitación. Por suerte, aquel rincón resultaba mucho más esperanzador y mundano. Dejó mis pertenencias sobre una cómoda, cerca de la puerta. Yo, una vez dentro, avancé tan solo dos pasos y esperé.
-Ponte cómoda.
-¿Me tengo que quedar aquí?
-Por el momento sí.-Se alejó lentamente a través de la puerta.-Vendré a visitarte y también Daeryn.
-¿Daeryn?-Enarqué una ceja.
-Así podrás conocerla. Fue ella quien te desvistió la última vez.
-Oh...-Así que realmente había respetado mi intimidad en todo momento...
-Pórtate bien.-Cerró la puerta tras él.
Recorrí la habitación lentamente, observando cada detalle con curiosidad. Me llamó especial atención un pequeño tocador colocado de espaldas al ventanal de la habitación. Tenía la forma habitual de un escritorio pero estaba hecho de madera policromada al blanco y al negro. Me senté en el taburete acolchado y observé mi reflejo en el espejo rajado. La grieta tenía la silueta de un relámpago. El efecto que producía sobre el reflejo se limitaba a partir por la mitad la escena. Así, revelaba una imagen aterradora para su espectador.
Mi vida se había convertido en una locura en los últimos meses. Casi tanto como aquel reflejo perturbado en el cristal. Suspiré.

El repiqueteo de unas uñas se escuchó al otro lado de la puerta. Permanecí quieta y callada. De nuevo, el repiqueteo volvió a advertirse. No me inmuté. Lentamente, el pomo de la puerta se ladeó y una mujer con el cabello rubio más claro que había visto nunca avanzó hasta el centro de la sala. Me dedicó una dulce sonrisa. Sus cálidos ojos esmeralda atraían mi mirada hacia ellos y sus tiernos gestos desmentían su realidad.
-¡Hola Alma!
Sonreí a duras penas.
-¿Cómo te encuentras?
-Aún tengo el susto en el cuerpo.
-Es normal.-Se acercó a mí y olfateó el aire. Yo hice una mueca de desconcierto.-Fiend lleva razón, no me extraña que te ataque cualquiera.
-¿Perdón?-Enarqué una ceja.
-No me malinterpretes, es solo que hueles bien...-hizo una pausa.-Mi hermano habla mucho de ti.
-¿De mí?
-Sí.-Caminó hacia la cama y se sentó.-Dice que tienes algo especial.-Palmeó la colcha, incitándome a sentarme.
-No se a qué te refieres.-acepté su oferta y me senté con ella.
-Verás, Alma.-hizo una pausa breve.-La gente suele huir de nosotros. Infundamos temor en mayor o menos medida. Siempre estamos solos...Pero tú,-me miró con los ojos vidriosos- tú estás tan calmada al lado de mi hermano que algunos estamos sorprendidos. Últimamente, aquí, todo el mundo habla de ti.
-¿Por qué de mí?-Daeryn me tomó de las manos.-Quiero decir, yo solo he tenido la suerte de que Fiend estuviera ahí para salvarme. Si después de eso le hubiera tenido miedo o hubiese sentido rechazo hacia él habría sido injusto, ¿no crees?
Ella sonrió con ternura.
-Estoy de acuerdo contigo.-Acarició mi mano derecha con la suya.-Aún así hay ciertos rumores, ¿sabes?
-¿Rumores? ¿Pensáis que Fiend y yo...?
Daeryn rió.
-No, no es eso.
-¿Entonces? Si hay alguna chica interesada en Fiend desde hace tiempo, puedes asegurarle que no soy ningún obstáculo.-Daeryn no soltaba mis manos y eso me hacía ponerme nerviosa.
-Eso sería decisión de Fiend, ¿no crees?-Asentí.-Déjame tocarte, me mantiene en calma.-Obedecí a regañadientes pues no me sentía cómoda.
-¿Hay algún problema por el hecho de que Fiend y yo seamos amigos?
-No exactamente. Verás, Alma. Hay una leyenda que todo vampiro alfabetizado conoce.
-¿Una leyenda?
-Sí. Existe un grimorio muy antiguo que narra la historia del origen de los vampiros.-se me erizó el vello de la piel al escuchar, de nuevo, la palabra vampiro.-En él, se dice que el vampirismo nació como una maldición.-se atusó el cabello.- Hubo una vez, un débil humano que, ansioso por conocer las artes más oscuras de este mundo, hizo un pacto de sangre con una bruja. Aquella bruja le obligaba a realizar tareas difíciles, cada día más complejas, sin otorgarle recompensa alguna a cambio. El joven humano aguantó durante muchos años e intentó imitar en soledad la magia de la bruja. Ella, a pesar de saber las intenciones del humano, se enamoró de él. Cada día que pasaba, ella le mandaba realizar misiones imposibles con la intención de retenerle para siempre. Aquella bruja era una buena persona, simplemente estaba enamorada. El humano, que lejos de haberse interesado un ápice en la bruja se había vuelto cada vez más poderoso, planeó durante la noche el asesinato de su maestra. Ella, que sabía con exactitud las intenciones de su amado, asumió su muerte, no sin antes castigar al muchacho que había condenado su vida. Aquella noche, ella conjuró las palabras más poderosas que jamás habría conseguido sin el amor que sentía por el débil humano. Pero justo antes de que pudiera terminar su hechizo, el muchacho entró y le clavó una estaca de madera en el corazón. Ella no se defendió, tan solo lo miraba carcajear, con sus característicos caninos largos y puntiagudos. Cuando supo que estaba a punto de partir, le dijo: "Purificar el interior de una bestia condenada solo es posible recuperando lo que esta maldición te arrebatará por siempre." Entonces, un destello blanquecino salió del interior del humano y se introdujo en el interior del moribundo cuerpo de la bruja, sus ojos se inyectaron en sangre, su piel se volvió pálida y fría y sus caninos crecieron de forma notable. Siguiendo sus instintos, el monstruo comenzó a beberse la sangre de su maestra pero al contacto de esta con sus labios, el cuerpo de la bruja comenzó a brillar, emitiendo un resplandor que cegó al humano. La silueta de la bruja desnuda, bañada por un blanco resplandor, emergió del cuerpo y se desintegró en pequeños luceros que se apagaron, todos excepto uno, que voló a través de la ventana. En la cabeza del monstruo sonaba una voz "¿Serás capaz de encontrar lo que una vez perdió tu locura? Y entonces, el monstruo, intentando encontrar aquello que había perdido, fue de pueblo en pueblo, desgarrando los cuellos de aquellas muchachas que le recordaban el rostro de quien le había condenado para siempre.
-¿Y cómo se supone que...Bueno, ya sabes, os convertís?-me mordí el labio inferior y ella miró al suelo.
-No se sabe a ciencia cierta pero la teoría más factible se basa en una evolución de ese gen maldecido. Es decir, se cree que aquel humano convertido tuvo hijos y, como su genética se encontraba bajo esa maldición, sus células se fueron adaptando al medio y, a través de la descendencia, los genes "vampíricos" han ido evolucionando de manera mucho más rápida que los genes humanos y por eso, hay muchas maneras.-Enarqué una ceja.-Yo, por ejemplo, lo heredé de nacimiento pero tenía miedo de ver morir a mis seres queridos y antes de que terminara su segundo año de carrera, convertí a mi hermano.
-¿Tu hermano?, ¿Fiend?
-Sí.-rió con nerviosismo.- Es triste. Me arrepiento mucho. Yo le arrastré hasta esta vida de dolor y sufrimiento, aún así, no parece guardarme rencor.
-No se qué decir.
-No digas nada, me apetecía contártelo, sin más.-sonrió con tristeza y soltó mis manos, apoyando las suyas sobre su regazo.- Con esto quería decir que, es muy posible que exista una cura.
-¿Una cura?
-Sí. Una especie de antídoto que elimine esa intoxicación de las células y las devuelva a su estado limpio y humano.
-Yo pensaba que los vampiros permanecerían como vampiros para siempre.
-Yo también lo creía. Pero en la historia la bruja menciona cómo purificar a ese ser condenado y, aunque no deja de ser una simple leyenda, es posible que hayamos tenido la solución frente a nosotros y no hayamos sido capaces de verla.-Sus ojos se llenaron de esperanza durante unos segundos, después suspiró.- ¿Quieres ayudarme? ¿Quieres ayudar a Fiend?
-Sí, claro que quiero ayudaros. Haré lo que esté en mi mano.- esta vez fui yo quien cogió sus manos y las levanto a la altura del pecho, en un intento de animarla.
-¿Pensarás sobre la historia? ¿Pensarás qué puede ser aquello que perdimos y cómo podemos recuperarlo?
-Cuenta con ello. Yo no se mucho de biología pero haré todo lo que pueda.
-Muchas gracias, Alma.- se deshizo fácilmente de mis manos y se abalanzó sobre mí en un abrazo.-Quizá deberías conocer a nuestra madre.
-¿Vuestra madre también...?
-¡No, no!- dejó de abrazarme.- Ella es la que nos fue reuniendo, la primera de todos los que conocemos que es así.
Con un ágil y casi insonoro movimiento, Fiend abrió la puerta y entró decidido e irritado hacia Daeryn.
-Creo que es suficiente.-Fiend la agarró del brazo.
-Pero...
-Basta.-se lo soltó con delicadeza.
-Está bien.- agachó la cabeza y después me dedicó una mirada llena de complicidad.- He de marcharme, espero verte de nuevo por aquí.-Se levantó con extrema gracilidad y se alejó olfateando el aire.
-¿Qué ha pasado?-pregunté preocupada.
-No hagas caso de lo que te diga.
-¿Por qué? Me ha contado cosas interesantes.- le miré con una sonrisa y Fiend se sentó donde anteriormente lo había hecho su hermana.
-Si le haces caso solo conseguirás ponerte en peligro. Y no es responsabilidad mía pero me vas a obligar a tener que salvarte más veces.
-A lo mejor quiero ponerme en peligro y que no vengas a rescatarme.-sentí como el filo de mis palabras atravesaba su corazón y me arrepentí de lo que había dicho.
-En ese caso eres libre de irte de aquí cuando quieras.-Se llevó la palma de la mano a la frente, levantándose ligeramente el flequillo.
-A lo mejor quiero que seas tú quien me ponga en peligro.-le miré con firmeza y él, a través de sus dedos, me dirigió una mirada indecisa.
-No sabes lo que dices.-relajó los hombros y apoyó sus manos sobre la colcha de la cama, paralelas a él.
-O sí.- subí las piernas a la cama y gateé hasta colocarme detrás suya.
-¿Qué haces?-intentó girar la cabeza pero no le dejé.
-A mi también me gusta tu olor.-exhalé el aroma de su cuello y le abracé desde detrás, dejando caer mis brazos por sus clavículas. Después jugué con mi nariz en su oreja.
-¿Qué ideas te ha metido mi hermana en la cabeza?
-Ninguna. Solo quiero estar contigo. -le besé detrás de la oreja y él, después, se tendió sobre mi hombro.
-Yo no voy a ser tu brujo.-Acto seguido se deshizo de mis brazos en un segundo, se levantó y se fue. Dejándome allí, sola, en la inmensidad de su cama, sintiéndome como una completa estúpida.


martes, 21 de abril de 2015

Capítulo veintitrés: Vigésimo tercer suspiro.

Dejé escapar un último aullido en un intento de escapar y entonces lo vi. El tiempo se paró, durante unos instantes, frente a mis ojos. La luz de la luna iluminaba todos y cada uno de los finos y níveos pelos de Fiend, que serpenteaban en el aire a su alrededor, reflejando destellos sobre su cristalina mirada. Su etéreo cuerpo se sostenía en el impulso que había tomado para llegar hasta mi habitación,  el cual había provocado un vendaval en las cortinas. Le observé detenidamente rogando protección pero él ya tenía decididas sus intenciones.
Mi agresor gruñó y ambos se miraron fijamente a los ojos. Pude ver la decepción en el rostro de Fiend y aún así se abalanzó grácil sobre el monstruo, derribándole contra la pared. Apenas pude mover mis entumecidas piernas, el dolor punzante en las caderas se alejaba dejando tras de sí un repiqueteo intenso. A mis espaldas sentía sacudidas, gruñidos y desgarros. La habitación se tornó fría y comencé a temblar. Una carcajada acompañó a un impacto. Arrastré mi débil cuerpo hacia la mochila y logré incorporarme hasta doblar las rodillas. Rebusqué en el interior del bolsillo más amplio y encontré la flecha de Kory. La agarré y, cuando quise levantar el mentón, tenía de nuevo a la horrible criatura frente a mí. Alzó la mano con la intención de golpearme pero, justo en el momento en el que comenzaba a saborear su victoria, me impulsé con los muslos y le clavé la flecha, con todas mis fuerzas, en el ojo izquierdo. Emitió un gemido desesperado que le desgarró la garganta. Choqué contra su hombro y caí al suelo, de espaldas, paralela a él.
Instantáneamente, Fiend apareció de entre las sombras. Aquel ser monstruoso se desplomó frente a mí, llenando la moqueta de sangre. Miré a Fiend a los ojos, asustada. Este me respondió acercándose a mí y abrazándome. Sentí la suave y fina tela de su camisa rajada en mi rostro y rompí a llorar. Él me abrazaba y, de vez en cuando, besaba mi cabeza con ternura, tratando de tranquilizarme. Nos mantuvimos así, sin articular palabra, durante media hora.

Su leve olor corporal consiguió relajarme y, cuando mi sofoco terminó, advertí que estaba completamente desnuda. Noté cómo la sangre fluía a través de mis mejillas, sonrojándolas.
-No mires.
-No lo haré.
Separé mi cuerpo del suyo y le contemplé durante unos instantes. Un rayo de luna dividía su rostro en tres por su ojo cerrado derecho. Su piel, blanca como la nieve, relucía en aquella pequeña franja de luz. Su camisa rasgada dejaba al descubierto su cuello y sus clavículas, ambas dibujadas bajo un perfecto contorno refinado. Sus definidos brazos se apoyaban en el suelo, sobre sus manos, escondiendo a duras penas sus largos y finos dedos, que se arqueaban haciendo fuerza en la yema, hundiéndose en la moqueta. Se veía tan majestuoso que se me encogió el corazón.
La serenidad de su rostro me transmitió seguridad. Con mi dedo índice rocé la punta de su nariz, él pareció no inmutarse. Continué acariciando su rostro hasta llegar a sus labios, los cuales se aferraron a mi dedo en un sugerente beso. Acto seguido, me levanté y corrí hacia el armario. Agarré un jersey viejo, unas bragas y unos vaqueros. Me puse todo rápidamente y volví con él.
-¿Has visto algo?-pregunté entre susurros.
-¿Ya puedo abrir los ojos?-preguntó él con un ojo abierto y otro aún cerrado.
-Sí.-abrió el otro ojo.
-Puedo asegurarte que he respetado tu intimidad en todo momento.-me miró fijamente a los ojos. Yo permanecí en silencio.-Me quedaré maravillado al ver tu cuerpo, siempre y cuando seas tú la que me otorgue ese privilegio.
No encontré las palabras exactas para responder a aquella insinuación, por lo que me llevé la manga del jersey al rostro. Él miró el cadáver del monstruo, yo le imité.
-La paciencia es la mayor de las virtudes.-Hizo una pausa.-Si hubiera esperado tan solo unos días habría podido cogerte sin que me hubiese enterado siquiera. -Él esbozó una sonrisa de medio lado y yo enarqué una ceja.- Una lástima.
-¿Qué voy a hacer con esto ahora?-pregunté ignorando su discurso.-Si alguien se despertara...
-Acompáñame y mando a alguien a limpiar todo esto.
Dudé. Él sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil y marcó una cadena de dígitos inusual.  Esperó unos segundos antes de llamar y, después, alguien contestó al otro lado.
-Sí. Otro incidente. Sí, necesito que venga alguien y arregle esto.-Hizo una pausa.- Sin avisarla. -Colgó y me miró.
-¿Y ahora?-me limité a decir.
-Mete ropa en una bolsa y vámonos.
-Tengo que avisar a Kory.-alargué el brazo con la intención de impulsarme a coger mi teléfono.
-¿Estás segura?-Su infalible mirada resultó convincente y me retracté.
-¿Lo estás tú?-añadí mordiéndome el labio.
-¿Confías en mí?
Asentí. Él, entonces, se levantó y me tendió la mano. Yo se la cogí y cuando me hube puesto de pie, espeté:
-Fiend.
-Dime.-Sus ojos se clavaron en mi como dos dagas con el filo envenenado.
-Gracias por salvarme la vida...-hice una pausa y, mirándole fijamente, le mostré una sonrisa amplia- Otra vez.

lunes, 20 de abril de 2015

Pequeño inciso.

Hola,
Quería comunicar que he decidido participar en una iniciativa denominada "Quiero conocer tu blog", idea de una blogger conocida, cuyo blog es:
http://labibliotecadeflashia.blogspot.com.es/

A través de este banner podéis acceder a las bases de la iniciativa y participar si lo deseáis.
Enseguida volveré con nuevos capítulos.

No desesperéis,
Lara.

viernes, 10 de abril de 2015

Capítulo veintidos: vigésimo segundo y sádico titubeo.

Con el tiempo Isaac se recuperó. Kory y yo sostuvimos una coartada perfecta y nadie pudo relacionarnos con el incidente, ni siquiera Isaac. Al parecer, al eliminar toda la ponzoña de su sangre, a base de suero y transfusiones, eliminaron también los recuerdos que estaban vinculados al momento en el que el veneno entró en contacto con su cuerpo. Tan solo recordaba haber sido atacado por bestias salvajes.

Pasé la mayoría de mi tiempo en casa de mi héroe. Él me contaba historias y me enseñaba a tirar con el arco, yo cocinaba para él y de vez en cuando le llevaba a mi casa. A mi madre le agradaba: le reía las gracias, le invitaba a tomar el té y le contaba anécdotas de cuando yo era una niña. A veces resultaba molesto; sin embargo, me reconfortaba ver a mi madre sonreír con ilusión. Parecía una niña con una muñeca nueva.


A pesar de coincidir a menudo con los inquilinos, y miembros de mi nueva familia, por los habitáculos del caserón, yo disfrutaba de la soledad de mi cuarto y de los baños calientes de espuma que tomaba de madrugada. Una noche, mientras enjabonaba mi cuerpo entre el resplandor de velas aromáticas, recibí una llamada de un número desconocido. Descolgué y no escuché más que una respiración. Me sentí ofendida y colgué. Instantáneamente recibí otra llamada. De nuevo, solo una respiración al otro lado.

Empecé a sentirme repugnada y aquel lugar comenzó a parecerme lúgubre y vacío. Me incorporé, puse el altavoz del teléfono y una toalla sobre mi cuerpo. Avancé hasta la puerta y la empujé. Advertí las puertas del balcón de mi habitación abiertas de par en par. El viento mecía agresivo las cortinas y la luz de la luna dibujaba una figura cónica en la moqueta. Al finalizar su trayectoria, la puerta del baño chirrió. Se me erizó el vello de la piel y mis dedos se hundieron aún más en la sucia moqueta. Adelanté mi posición medio metro hacia el interior de la habitación, musitando plegarias al silencio más denso y profundo que había saboreado jamás.
Miré en todas direcciones, incluso detrás de la puerta. No había nadie más que yo, mi temor y un sobre en mi mesilla. Corrí hacia él y la toalla se deslizó por mi cuerpo hasta quedarse hecha un gurruño a mis pies. Al tocar el borde del sobre sentí un escalofrío. Lo agarré y saqué la nota que había dentro. "Sorpresa." Una enorme mano apareció frente a mí desde mi espalda, me tapó la boca y me presionó contra su cuerpo. La misma respiración entrecortada que había al otro lado del teléfono inhalaba y exhalaba, con sus labios presionando la parte trasera de mi oreja. Sentí miedo y asco; aún así no podía hacer nada, me retenían en la posición perfecta. Y, entonces, habló:
-¿Por qué estás tan solita?-entonó aquellas palabras en una melodía suave y macabra. Intenté resistirme pero resultó inútil. Él continuó.-Sería una pena que alguien pudiera herirte...-Apretó mis mejillas entre su mano fuertemente y mis pómulos enrojecieron simultáneamente. Quería gritar, moverme, asestarle unos cuantos puñetazos pero me encontraba perfectamente paralizada. Olfateó mi cuello suavemente y acto seguido me lanzó violentamente contra la cama. Caí de espaldas mientras contemplaba su abominable rostro. Cerré las piernas instintivamente y gateé de espaldas hasta el otro extremo de la cama. Él carcajeó.-Si llegara a enterarse de que voy a ser yo quien fracture cada hueso de tu cuerpo, quien te desencaje la clavícula...-Mientras añadía fantasías a su discurso avanzaba un paso más hacia mí y yo retrocedía.-Quien te arranque de cuajo esos preciosos y firmes senos...-conseguí ponerme en pie por el extremo contrario desde el que él se acercaba y apoyé la espalda contra el armario, deseando ser capaz de atravesar la madera.-Y después absorba tu sangre y se relama los colmillos.
Y entonces reaccioné. Corrí hacia la puerta de la habitación y él saltó hacia mí sin lograr agarrarme. Huí de aquella habitación lo más rápido posible pero, al llegar a las escaleras principales de la casa, advertí que había dejado de seguirme. Comencé a gimotear involuntariamente a causa del miedo. Recordé cómo Kory había sido capaz de derrotar a aquellos vampiros con su arco y sus flechas y caí en la cuenta de que yo tenía una de ellas. A pesar de que las piernas me flaqueaban y un tic nervioso me obligaba a mirar en todas direcciones en busca de mi acechador, corrí en busca de la mochila donde guardaba aquella flecha. Al llegar a la puerta entreabierta de mi habitación, una gélida brisa atravesó el intersticio y erizó mi piel. Contuve la respiración y me aseguré, de nuevo, de que nadie me estuviera observando. Entré lentamente. Busqué con cautela la localización de la mochila y la encontré, caída junto a una de las puertas del balcón. Di un paso en falso y a continuación corrí hacia la mochila. Inesperadamente, a mitad de camino, aquel ser repugnante se abalanzó sobre mí y me precipitó contra el suelo. Se incorporó y gateó hasta colocarse a la altura de mis nalgas y se sentó encima. Yo estiré la mano hacia la mochila y él reaccionó forzando de manera sobrenatural, con sus piernas, mis caderas. Gemí de dolor. Sentía que iba a romperme de un momento a otro. Él recorrió mi espina dorsal con uno de sus fríos dedos levemente y lanzó una rosa negra sobre la moqueta; esta cayó a la altura de mis ojos. 

Tu opinión es más importante que la de cualquiera de los personajes y, además, me ayuda a mejorar día a día.
Estaría muy agradecida si dejaras un comentario.
¡Quiero saber tu opinión!
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