sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo dieciocho: decimoctavo presagio.

Unos dedos suaves rozaban mi rostro con suma delicadeza mientras yo volvía a tener conciencia. La misma melodía gentil y apacible que creí escuchar hacía no mucho tiempo, repiqueteaba en mis oídos, atiborrándolos de elegancia. Me ovillé entre aquel edredón que se sentía mullido y fresco. Hundí las mejillas en su esponjosidad. De nuevo, me acariciaron la cabeza. Esta vez abrí los ojos. Me encontraba en una habitación muy amplia. Sus paredes eran de un gris tan claro que parecía blanco nieve, tenía muchos espejos, pocos muebles, de madera policromada al blanco y al dorado. La cama en la que me encontraba yo era más grande que la típica cama de matrimonio convencional y reconocí la colcha que me rodeaba. Yo había estado allí antes. Frente a mí; Fiend, ya sin sangre en las manos, lucía una espléndida y lúgubre sonrisa saturada por los rayos del Sol, que atravesaban los huecos de la persiana como si lucharan en Vietnam. Una de esas traviesas centellas aterrizaba en uno de sus ojos, volviéndolo grisáceo y cristalino. Su pelo revuelto, en cambio, parecía más oscuro al no interactuar con ninguno de los rayos y sin embargo le hacía parecer un tanto estoico, sin dejar su sensualidad de lado. Se encontraba sentado en una silla de madera, recostado hacia atrás, con sus largos brazos juntos cayendo por el hueco que había entre sus piernas.
-Alma. - pronunció mi nombre con sutileza y se agachó hacia mí.
-¿Dónde...? - mi voz sonó áspera.
-Estás en mi habitación. - esbozó una sonrisa de medio lado.
-¿Qué pasó anoche? - me toqué el pelo, no parecía muy despeinado. Bostecé.
-¿Quieres que te traiga algo de comer? Has dormido mucho... - se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta de la habitación, al fondo, justo en frente de la cama.
-No, gracias. No tengo hambre. - miré a mi alrededor y vi, en la misma silla en la que se sentaba antes, mi ropa colgada sobre el respaldo. Levanté rápidamente el edredón y miré en su interior. Llevaba mi ropa interior, pero encima me habían colocado una especie de camisón corto, blanco, de seda. Sentí vergüenza y automáticamente lancé la parte que sostenía de la colcha hacia el final de la cama y me sonrojé. Error. Desde el final de la habitación Fiend me observaba con los cinco sentidos. De repente su semblante cambió y se encaminó hacia mí, grácil y refinado. No supe cómo reaccionar y me escondí debajo de las sábana y el edredón. Él rió desde afuera y se sentó a los pies de la cama.
-¿Has sido tú? - pregunté ofuscada.
-No, fue mi hermana Daeryn. - tras oír aquello me sentí aliviada y volví a destaparme.
-¿Qué ocurrió anoche? Y esta vez no me evadas. - le miré fijamente a los ojos. Él sostuvo la mirada y declaró.
-Ayer casi te matan. Tu amigo cazó a un novato de los nuestros, un neófito inexperto, y saltó la alarma. Mandaron a unos cuantos a encargarse del cazador pero cuando me enteré de quién era supe inmediatamente que estarías involucrada y fui a buscarte. Te encontré y los demás intentaron atacarte, te desmayaste y te traje aquí.
-¿De los nuestros?, ¿cazador?, ¿atacarme? - todas las piezas acabaron por encajar. - ¿Tú también eres uno de ellos?
-Sí. - automáticamente se dio la vuelta para que no le mirara a la cara. Yo gateé a través de la cama, le rodeé y me subí en su regazo. Le miré fijamente a los ojos y él me devolvió la mirada. Sus penetrantes pupilas me transmitieron confianza e instintivamente llevé mis manos hacia su boca y se la abrí. Él no opuso resistencia. Observé sus largos y afilados colmillos. Sentí miedo por un instante pero súbitamente lo perdí. Usé el dedo índice para introducirlo en su boca, y tocar uno de los colmillos. Con la boca abierta, y la cabeza alzada levemente, me miraba desconcertado.
-¿Quieres comerme? - dije sin pensar. Él pareció sorprenderse pero no hizo un gesto desagradable. De repente volví a la realidad: él estaba sentado sobre la cama, yo de rodillas sobre su regazo con un camisón corto de seda preguntándole que si quería comerme. Me ruboricé y gateé hacia otro lado de la cama lo más rápido que pude. Había metido la pata de la manera más horrorosa posible. Me puse nerviosa y me tapé mediocremente con el edredón.
-¿Me dejarías comerte? - contestó mirándome directamente a los ojos con decisión. Comencé a hiperventilar suavemente. Él rió. - Es mucho más complicado que eso... - Se levantó y caminó hacia la puerta.
-Lo siento. Lo he hecho sin pensar, no quería incomodarte. Entiende que sea raro para mí...
-Tranquila. - me interrumpió. - Será nuestro pequeño secreto. - sonrió pícaramente. - ¿Quieres que te lleve a casa?
-Te lo agradecería.
-Vale. Cuando estés lista avísame. Estaré aquí afuera. - abrió la puerta, salió de la habitación y cerró a sus espaldas. Suspiré aliviada y sumamente avergozada.
-Nunca me había sentido tan ridícula... - pensé en alto.

Cuando terminé de vestirme salí en busca de Fiend; que, tal y como había dicho, permanecería esperando justo afuera. Su casa era enorme, aunque el hecho de que estuvieran casi todas las persianas bajadas no me dio oportunidad de fijarme en el decorado. Anduvimos un largo recorrido hasta el garaje. Este era casi tan grande como la superficie de la casa del doctor Marquet. Habían cantidad de vehículos, desde antiguas motocicletas a deportivos de lujo. Caminó hacia un destacable Aston Martin Vanquish de color negro carbón. Tenía un acabado brillante y estaba tan limpio que alcancé a ver el reflejo de mi melena dorada, casi platina. Abrió la puerta del copiloto y esperó a que me sentara. Le miré y dudé. Él asintió y después cerró la puerta. Al montarse en el asiento del conductor me miró a los ojos.
-Nunca te fíes de un condenado. - arrancó el motor y nos mantuvimos en silencio todo el trayecto. Cuando paró frente a la verja él esperó a que bajara del coche y yo encaudé la situación a otro puerto.
-¿Por qué me atacaron?, es decir, ¿por qué a mí? - me desabroché el cinturón y giré mi cuerpo hacia él.
-Eres exactamente lo que ellos no tienen, Alma. - no me quedé satisfecha tras aquellas palabras pero intuí que no pretendía revelarme nada más. Hice un gesto de resignación y salí del coche. Aún con la puerta del deportivo abierta le miré.
-¿Volveré a verte pronto?
-No si quieres permanecer a salvo. - me guiñó un ojo y cerré la puerta.
Al llegar al pórtico de mi apartamento vi clavada en él una de las flechas de Kory. En la punta sostenía una nota. Arranqué la flecha rápidamente y miré en todas direcciones, esperando que nadie hubiera visto nada. Entré y recogí la nota: "Me urge saber que estás bien. Ven a verme cuando puedas. Ten en cuenta que si pasan más de dos días y no se nada de ti entenderé que no has vuelto a casa y te buscaré en cada confín. Pd: si eso supone llevarme por delante a más de uno y más de dos vampiros, será un gusto. Kory." Sonreí en la soledad del único momento de paz que había tenido en los últimos días y me senté en la cama. Agarré la flecha, que al contacto con mis dedos empezó a centellear a través de las inscripciones moradas. Las chiribitas rosadas y plateadas, que emanaban de las hendiduras, parecían interpretar el Cascanueces de Tchaikosvky y me quedé anonadada mirando aquel espectáculo lumínico hasta que, de repente, alguien golpeó la puerta.

Capítulo diecisiete: decimoséptimo hallazgo.

Un golpe seco me alejó de mi estado somnoliento y sentí retumbar el suelo. Palpé el sofá y no encontré a Kory. Poco a poco abrí los ojos, el salón estaba a oscuras y el único atisbo de luz emanaba de la nieve de televisión. Me levanté de allí y, a tientas, busqué el interruptor de la luz.
-¿Kory? - bramé. Mi voz sonó ronca. Nadie respondió.
Caminé lentamente esperando no tropezar con nada. Al llegar a la puerta toqué el marco para ubicar mi posición y escuché golpes. Seguí los ruidos; que, a medida que yo avanzaba iban siendo más fuertes. Conseguí adivinar que eran portazos mientras penetraba en el oscuro y eterno pasillo de aquella casa. Los tablones de madera del suelo chirriaban cada vez que daba un paso. Comencé a escuchar muchos golpes acercarse a mí violentamente.
-¡¿KORY?! - chillé. De repente aparecieron ante mí unos enormes ojos rojos, relucientes cual réprobo rubí, dieron un salto de casi dos metros y pasaron por encima de mí para estamparse contra una pared.
-¡Al suelo! - la voz de Kory provenía de la oscuridad infinita del corredor, pero aunque sonaba lejana, también lo hacía firme y decidida. Yo, confusa, obedecí sin llegar a procesar lo que acababa de oír, y cuando las yemas de mis dedos se hundieron en el húmedo barro que yacía esparcido sobre la madera algo refulgente atravesó el aire por encima de mi cabeza a gran velocidad. Escuché un quejido. Kory corrió hacia mí dando zancadas estruendosas y yo me di la vuelta sentándome con los pies y las manos apoyados en el suelo. Gateé insegura hacia atrás y; de nuevo, los ojos rojos se alzaron ante mí, a la altura de los míos y sentí cómo una terrible oscuridad inundaba su alma. Seguidamente, los ojos gruñeron en las tinieblas. Saqué el móvil de mi bolsillo y alumbré con la linterna mis piernas, las cuales temblaban al compás de la respiración entrecortada de mi cazador. De repente, un reguero de sangre serpenteó paulatinamente hasta mis deportivas, centelleando bajo el resplandor proveniente del teléfono. Sentí un escalofrío callejear a través de las vértebras de mi espina dorsal. Exhalé un sollozo involuntario y acto seguido me tapé la boca con ambas manos. El móvil cayó al suelo más allá de mis pies alumbrando hacia el techo y dejando entrever las facciones de un hombre famélico, cuyos huesos creaban sombras tan duras sobre su rostro que junto a sus iris escarlata formaban el semblante más maquiavélico y peligroso que había visto jamás.
-Ya eres mío... - musitó Kory. Aquel hombre esbozó una sonrisa malvada y acto seguido comenzamos a escuchar pisadas por toda la casa. - Vámonos. - me levanté dejando allí el móvil, Kory me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta. Escapamos de allí como pudimos y a la luz de la luna vi a Kory correr con un arco a la espalda y un carcaj lleno de flechas en cuyo astil habían grabadas unas inscripciones con tinta violeta resplandeciente. Corrimos hacia el bosque y nos escondimos entre unos arbustos espesos. Allí Kory sacó de su bolsillo un pañuelo de terciopelo. En su interior había una cabeza de ajo.
-¿Ajo? - susurré.
-Shh... - apuró él mientras partía en dos su liliácea. - No hables. Restriégate esto por la cara y el cuerpo y pasaremos desapercibidos.
-Pero... - quise insistir, pero Kory me tapó la boca. Hice caso a sus indicaciones y de pronto la espesura comenzó a agitarse como si una estampida estuviera atravesando su forraje sin apenas rozarlo.
-Espera aquí, volveré a por ti, te lo prometo. - me besó la frente y desapareció entre las hojas. Esperé un par de minutos sin moverme, sin decir ni una palabra, tan solo mirando a través de las ramas y tratando de descubrir lo que estaba ocurriendo. Me importunó sin previo aviso un álgido viento entrometiéndose entre mi ropa, forzando a mi piel a erizarse, y repentinamente me sentí observada. Escuché alaridos desgarradores que provenían de todos lados e instintivamente fui girando mi cabeza, poco a poco, hasta descubrir si alguien aguardaba a mis espaldas. La tenue luz que traspasaba las copas de los titánicos pinos descubrió la figura descolocada de un hombre que apenas llegaría a los cuarenta. Me quedé estática esperando su reacción. Él se acercó a mí lentamente, atravesando los haces lunares que revelaron unos rojos ojos mate que me miraban con fervor.
-Delicioso... - abrió la boca para relamerse los labios y la evidencia que había estado ignorando todo este tiempo relució nívea destapando su forma. La afilada punta de sus colmillos refulgió durante un instante. Me sobrecogí. - Eres solo para...¡MÍ! - fue a abalanzarse sobre mí cuando de repente vi su cuello torcerse casi ciento ochenta grados. El crujido de la vértebra sentenció su final. Vi cómo su cuerpo se derretía entre las sombras y caía hueco sobre la hojarasca. Estaba atónita.
-¿Qué haces aquí?  - Fiend apareció de entre las sombras. - Mejor no hables. Dame la mano.  - me tendió su mano, amplia, delgada y casi tan pálida como yo en aquel momento. Yo se la estreché temblorosa.
-¿Has sido tú? - él me ayudo a levantarme mientras yo le agarraba con fuerza.
-Sí. Y no quiero tener que volver a hacerlo. Vámonos. - tiró de mí y yo le seguí. Sabía exactamente por dónde moverse, qué pasos dar y cuándo darlos para pasar desapercibidos entre aquel pandemónium paradójicamente imperceptible. Me apené por Kory, sin embargo temía quedarme allí sola, expuesta al peligro.
-¿Por qué se han revuelto? - pregunté indecisa.
-Tu amigo les ha provocado. - soltó irritado.
-¿Kory? - entrecerré los ojos para agudizar la vista y justo en ese instante él paró en seco. Pisé una rama que chascó más de lo normal y escuché a alguien relamerse a mis espaldas. De pronto, Fiend se dio media vuelta y de un revés le desarticuló la mandíbula a otro de esos monstruos. La víctima gimió pero continuó con su plan de asaltarme. Fiend lo detuvo cuando me rodeó con elegancia y desenvoltura, e introduciéndole la mano en el pecho, le arrancó el corazón y lo lanzó sobre la opaca superficie natural. Abrí los ojos de par en par. Me llevé las manos a la boca e instintivamente salí de allí corriendo. Fiend suspiró a mis espaldas y corrió en mi busca. Tardó apenas un segundo en alcanzarme, cogerme de la mano y frenarme.
-¿Te he asustado? - se llevó la mano a la boca y me besó los nudillos. Sentí latir mi corazón, con miedo y vigor, y no supe responder. - Lo siento. - tiró de mi brazo hacia él y me abrazó aplastándome contra su pecho. - Pero debemos salir de aquí.
Fui a intervenir, desconcertada, pero en su lugar estornudé. Antes de querer darme cuenta, Fiend me había soltado y le había arrancado un brazo a otra criatura semihumana. Miré a mi alrededor y vi una cantidad incontable de ojos rojos dirigidos a mí. Comencé a hiperventilar.
-¿Fiend? - mi voz sonó entrecortada e inquieta. Él se dio la vuelta y se puso delante de mí para protegerme. De repente, todos los ojos rojos se desvanecieron en la negrura, y la presión en mis arterias me hizo desfallecer. Mi vista se nubló y la imagen se fue alargando y desplazando hacia arriba hasta que observé la absoluta e incondicional oscuridad.

martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo dieciséis: decimosexta pieza.

-¿Qué ha sido eso? - susurré.
-No lo se, pero corre. - me cogió de la mano y salimos corriendo en dirección contraria.
-¿Y Rosh? - corría todo lo rápido que podía pero Fiend lo hacía mucho más deprisa y tiraba de mí demasiado fuerte.
-Estará bien, confía en mí.
Dimos un rodeo no muy grande y acabamos al principio de la carretera interurbana que se encontraba cerca de la casa de Kory. Allí apareció el Porshe a velocidad de vértigo. Paró frente a nosotros. Rosh, al volante, tenía sangre en las manos, en la camiseta y en la cara.
-¿Qué te ha...? - Fiend abrió la puerta de atrás y me empujó dentro del vehículo.
-La culpa es tuya. - alegó Rosh sin inmutarse, irritado.
-Una mierda, no saben controlarse. - contestó Fiend.
-¿Qué ha pasado allí abajo? - pregunté, sin embargo parecieron ignorarme.
-Joder, hermano.
-Esto ha sido inusual. - Fiend golpeó el salpicadero con el puño cerrado.
-Lo tenía planeado. -refunfuñó su compañero.
-¿Hola? ¿Me queréis decir qué ha pasado? ¿Por qué tienes sangre? ¿Estás bien? ¿Quién tenía planeado el qué?
-Cállate, me estás poniendo nervioso. - Rosh conducía demasiado deprisa y yo aún seguía demasiado exaltada.
Frenó y me instó a bajar. Miré por la ventanilla, había parado frente a mi antigua casa.
-Yo ya no vivo aquí.
-¿Qué? No me jodas...- gruñó Rosh.
-Cálmate, pecho lobo.
-Vivo en una finca afuera del pueblo, terreno de la familia Marquet.
Arrancó de nuevo y me llevó directamente a mi destino. Al llegar me bajé del vehículo y observé la verja desde afuera. Fiend se bajó detrás mía y se acercó a mí.
-Oye, ten cuidado. No le cuentes a nadie lo que ha pasado esta noche.
-¿Qué era eso?
-Algunos los llaman no-muertos, otros los llaman demonios...Yo los llamo condenados. Cuídate, ¿vale?
-Pero... - le rogué respuestas con la mirada.
-Ya hablaremos de ello, pero ahora no es el momento. - se acercó a mí y me despeinó con la palma de la mano. - Vete a casa. - caminó hacia el coche y se montó en el asiento del copiloto.
-Volveréis a por mí, y si no, os buscaré y os mataré. - esbocé una sonrisa forzada y me di la vuelta.
Escuché rugir el motor del deportivo y el coche desapareció a mis espaldas. Introduje la llave en el candado de la verja y corrí hasta mi apartamento para tirarme en la cama y descansar.


Durante dos días me mantuve prácticamente recluida en mi habitación leyendo novelas de suspense. No por miedo a lo que había pasado aquella noche sino porque no había tenido contacto ni con Fiend, ni con Kory y no tenía nada mejor que hacer. De vez en cuando salía a socializarme con el resto de miembros de mi nueva familia y hasta resultaba agradable. Aún así, mi madre y el doctor pasaban mucho tiempo en el hospital, pues le escuché decir que un tipo de anemia, al parecer, grave; estaba afectando a algunos habitantes de los pueblos vecinos y tenían mucho trabajo. Al tercer día decidí salir a comprar algunas cosas al pueblo como tés, cactus y más libros, y a ver si por fortuna, me encontraba con alguno de mis supuestos amigos.
Complaciendo mis deseos encontré a Kory cruzando la calle y me encaminé hacia él disimuladamente. Él, al verme, no dudó en acercarse.
-Alma...
-Oh, hola. - miré hacia otro lado.
-Quería disculparme por lo del otro día, aún no he superado lo de mi hermana del todo y me alteré, se que estuvo fatal comportarme así, sabes que yo soy un caballero... No supe controlarme y lo siento, llevo pensándolo estos días y estoy muy arrepentido.
-Lo entiendo, no te preocupes, pero no comprendo qué relación tenía con lo que yo te estaba contando.
-Es que, verás... - puso su mano sobre mi hombro. - No puedo hablar de eso ahora mismo, pero si quieres que te lo cuente podríamos quedar en mi casa, donde nadie nos pueda escuchar.
-Mmmmh... Sí, no veo por qué no. - sonreí brevemente. - Pero con una condición.
-Claro, lo que sea. - retiró la mano de allí y se la llevó a la nuca.
-Tienes que prepararme una cena exquisita. - reí y él rió conmigo.
-No soy muy buen cocinero, pero... trato hecho. - me tendió la mano derecha con un gesto dubitativo en el rostro y yo se la estreché como pude con la mía llena de bolsas. - ¿Esta noche?
-De acuerdo.
-¿Te parece bien a las nueve? - sonrió como  el día en que le conocí.
-Perfecto. ¿A las nueve en tu casa?
-Te estaré esperando. - al decir aquello continuó su camino en dirección contraria y yo me dirigí a casa a prepararme para la cena.
Al llegar a casa de Kory esperé frente a la puerta un par de segundos antes de llamar mientras me acicalaba el pelo. Después llamé al timbre y él mismo fue quien abrió. Al verme pareció sorprenderse. Se había peinado con gomina y llevaba un trapo de cocinero en el hombro.
-Estás muy guapa. - me señaló que podía pasar.
-Gracias. Te he traído un regalo. - entré y le enseñé un cactus pequeño que llevaba en mis manos.
-Oh, muchas gracias, Alma. Me encantan los cactus. - lo cogió por la maceta y se dirigió a alguna parte. Yo le seguí. Entramos en lo que parecía su salón y colocó el cactus junto a la ventana.  A un metro escaso de la ventana había una mesa de comedor. En ella habían colocado un mantel de estampado nevado, unas copas de vino, cubiertos perfectamente colocados y una vajilla antigua con un motivo floral dibujado, probablemente a mano, sobre la porcelana. Aquella imagen me dio escalofríos. ¿Aquello era una cita? Como las de las películas románticas en las que cenan canard à l'orange, se dicen lo mucho que se gustan mientras beben vino y al final acaban enamorados, en la cama de alguno de ellos. Esa idea no me gustaba en absoluto. Dudé por un instante en si debía marcharme de allí, sin embargo, sería mucho más sencillo y correcto explicarle a Kory que mi idea de una cena era otra cosa totalmente diferente.
-¿Te gusta el pato? - gritó desde la cocina.
"Mierda" pensé. ¿Cómo debía reaccionar? No era esto lo que yo tenía pensado.
-No lo he probado nunca.
-Pues entonces te va a encantar.
-Oye, ¿tus tíos dónde están? - me quité la chaqueta y la apoyé sobre el respaldo de una de las sillas.
-Veraneando en el norte. Se ve que no les gusta el calor. - su voz sonaba cada vez más cerca, pues traía la comida en una bandeja. Me miró indeciso.
-Oye Kory...
-Dime. - sus ojos me transmitieron temor al oír aquellas palabras.
-Esto no es precisamente lo que yo tenía pensado...
-Ah, ¿no? - suspiró aliviado.
-No.
-No sabes qué alegría me das. Llevo toda la tarde buscando en internet qué preparar como cena para dos y me han salido todo tipo de respuestas y he acabado en una receta de pato a la naranja en la que ponía que acompañarlo de vino era la mejor opción, que a mí me parecía una ridiculez todo esto, pero no sabía si a ti te iba a gustar...
Sonreí.
- ¿Tienes pizza?
-Claro. La caliento en un momento. Puedes quitarte los zapatos y tumbarte en el sofá. - corrió a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja y apareció minutos después con una pizza hecha en el microondas y dos botellines de cerveza. Dejó todo en la mesita de café y se sentó conmigo en el sofá.
Me contó que la noche que encontramos a su hermana, cuando inspeccionaron su cadáver encontraron pelos negros y un montón de rosas negras a su alrededor. Además, pasamos la noche hablando de muchas cosas más que no nos ponía triste a ninguno de los dos hasta que me quedé dormida en su hombro mientras me contaba la historia de un joven repudiado por su familia que vagó por las ciudades en busca de algo que comer y acabó descubriendo que era un legendario cazador de vampiros...

lunes, 6 de octubre de 2014

Capítulo quince: decimoquinto enigma.

El té en aquel lugar sabía fantástico. Se mezclaban en mi paladar la dulzura de la canela molida recién recolectada en los campos de Sri Lanka con la robustez del té negro y su nebulosa conspiración de sensaciones. No tan suculenta era mi conversación con Kory. No le convenció mucho mi respuesta cuando me preguntó de qué conocía a aquellos chicos que iban en el coche y desde entonces apenas parecía interesarse por lo que le contaba. Desde aquella terraza podía observar la fuente que no veía desde el día en que allí mismo se sentó Lucrecia con su vestido blanco.
-A propósito, antes no terminaste de contarme lo de Lucrecia. - perdí la conexión con mi mundo particular y tardé en articular lo que acababa de decirme. Le miré durante unos instantes y después dije:
-Ya, nos interrumpieron.
-¿Y bien? Decías que la noche en que desapareció se presentó en tu casa.
-Sí. - di un sorbo al té. - Llamó a mi puerta acompañada de un chico muy guapo, tenía el pelo negro, no muy corto y era bastante alto.
-¿Le conocías de algo? ¿Te sonaba de haberle visto por el pueblo? - pareció interesarse por mi testimonio y apoyó los dos codos sobre la mesa de metal.
-No. Por eso te estoy diciendo esto. No le conocía de nada y tampoco me dio buena espina.
-¿Qué te dijeron?
-Pues, en realidad, Lucrecia vino a decirme que le había dicho a su madre que dormiría en mi casa y que si llamaba yo debía decirle que Lucrecia ya dormía y que volvería a casa a las once. Después, él le dijo que mejor a las siete y ella asintió sin más. Después se fueron y al día siguiente ocurrió lo de su madre y vinisteis a mi casa.
-¿Cómo dijiste que era el chico? - sacó una libreta de su bolsillo y agarró un bolígrafo.
-Alto, tenía el pelo negro, más bien corto, la voz dulce...¡Ah! Y tiró sobre el pavimento una rosa negra. - al oír aquello se le abrieron los ojos de par en par y cerró los puños.
-¡¿QUÉ?! - se levantó y volcó la mesa de un empujón. Me miró con desprecio y los demás clientes nos observaban intimidados.
-¿Qué he dicho? - me asusté.
-¡¿Por qué demonios no lo dijiste antes?! ¡Mi hermana podría estar viva ahora! - dio una patada a la mesa, que yacía en el suelo junto a los platos y las tazas hechas trizas en el suelo, y después salió de allí con presteza y vigor.
El responsable del local salió a ver qué había ocurrido y tuve que disculparme por él y, gracias a la comprensión de aquel hombre, tan solo tuve que pagar la cuenta en lugar de también el destrozo. Deambulé por el pueblo un par de minutos pensando qué podía hacer antes de regresar a mi nuevo "hogar" y acabé decidiendo ir al río.
Aún era pronto para pasar por allí y más si iban a quedarse hasta la noche. Algo dentro de mí me aconsejaba no acercarme, sin embargo, otra parte en mi interior me incitaba a pasar con ellos un rato. Caminé durante una hora hasta llegar al lugar que me habían indicado y vi entre los árboles una poza del río inundada por la sombra de unos sauces llorones en la cual se refrescaban Fiend y Rosh.  Al acercarme andando notaron mi presencia y ambos se giraron.
-Hola. - dije rápidamente.
-¡Alma! Acércate. - Fiend me tendió una mano a lo lejos. Bajé una pequeña ladera que había antes de llegar hasta él y miré a mi alrededor. Una brisa cálida meció mi cabello en dirección río abajo y me aparté un mechón de la boca.
-No podías resistirte, eh. - comentó Rosh.
-No tenía nada mejor que hacer. - respondí mientras me sentaba sobre broza.
-¿Y tú cita? - Rosh sonrió pícaramente.
-No era una cita, tranquilo, ya se que te mueres por mis huesos. - le guiñé un ojo y reí. Ellos rieron también y se miraron.
-¿Qué, te apetece bañarte con nosotros? - Fiend se dirigió a mí caminando mientras las gotas de agua resbalaban por su torso desnudo, rodeaban su ombligo y desaparecían en los cordones de su bañador. Sentí un cosquilleo en el pecho.
-No, la verdad es que no he traído bañador, solo venía a charlar un rato con vosotros. - miré a Rosh y este miró a Fiend. Ambos sonrieron maliciosamente y salieron corriendo en mi dirección. Yo instintivamente comencé a correr para huir de ellos pero enseguida me atraparon.
-¡Soltadme! ¡Ni se os ocurra tirarme al agua! ¿Me habéis oído? - grité exasperada. Rosh le tendió su parte de mi cuerpo a Fiend y él me colocó en su hombro como si fuera un saco de patatas. Le golpeé la espalda con los puños a medida que se acercaba a la orilla del río, pero, a decir verdad, creía hacerme más daño yo de lo que podía hacerle a él. De repente dejó de andar.
-¡PARA FIEND! - intenté resistirme una vez más pero fue inútil. Me incorporé y él se las apañó para cogerme por las axilas como si fuera un bebé y me miró a los ojos. Perdí la fuerza al sumergirme en sus zafiros que destacaban frente a su flequillo de mármol. Él enarcó una ceja y seguidamente me hundió en su pecho y saltó al agua. Abrí los ojos y le vi mirándome fijamente, me acarició la mejilla y mantuvo su mano en mi rostro. Le observé durante unos segundos hasta que empecé a quedarme sin aire y nadé hacia la superficie. Al salir, Rosh se estaba riendo y me saludó desde tierra firme. Al instante apareció Fiend a mi lado.
-Refrescante, eh.
-Humph. -rechisté y nadé hacia la orilla. Salí del agua y a pesar de ser consciente de que mi ropa se llenaría de barro me tumbé sobre la maleza. Miré al cielo, estaba anocheciendo. Rosh gateó hasta mí y se tumbó a mi lado. Se oía a Fiend nadar.
-¿Por qué te fías de nosotros? - preguntó.
-Me caéis bien.
-¿Sin más?
-Sin más. - le miré. - ¿Por qué lo preguntas?
-No solemos caerle bien a nadie, supongo que acabarás descubriendo por qué.
-Sois buenas personas. - vi cómo Rosh soltó una risotada socarrona. - Fiend habría podido violarme en muchas ocasiones - abrió los ojos de par en par. - y sin embargo no lo ha hecho. Y tú también podrías haberme hecho cualquier cosa el día que viniste a mi casa a entregarme el panfleto y lejos de eso ni siquiera pensaste que podría estar sola. ¿Me equivoco?
-Eres directa, eh. ¿Ha de violarte o atacarte alguien para ser una mala persona? - me miró. Sus profundos ojos violetas me intimidaron al encontrarse tan cerca de mí y me sonrojé, inmediatamente volví a mirar al cielo para que no lo notara.
-Sí.
-Yo no lo creo así. Hay muchas otras razones, más... - hizo una pausa.- oscuras, por las que un hombre puede ser malvado. - acto seguido colocó sus brazos detrás de su nuca como almohada.
-¿Intentas asustarme? - me incorporé y miré a la poza, Fiend ya no estaba.
-¿Lo he conseguido? - Rosh se incorporó también y advirtió lo mismo que yo. - ¿Y Fiend?
-No lo se. - el cielo ya se había vuelto nocturno. Una bocanada de aire gélido heló mis entrañas aún caladas por la humedad de mi ropa. A nuestro alrededor los árboles y las plantas se movían y se escuchaban pasos.
-Quédate cerca mía. - susurró Rosh. Yo obedecí y me pegué a él, espalda con espalda. Un estruendoso ruido comenzó a escucharse tras de mí, me giré y una gran sombra se abalanzó sobre nosotros. Rosh me empujó con fuerza en dirección contraria a él y cuando estuve a punto de caer al suelo alguien me cogió por detrás y me tapó los ojos con suma delicadeza.
-Tranquila, no grites, soy yo, Fiend. - reconocí su aterciopelada y tétrica voz musitando mi oído.- No te muevas. No hagas ningún ruido.
Seguía tapando mis ojos mientras escuchaba algo desgarrarse, cosas golpear al suelo, gritos afónicos, gruñidos... Me estaba poniendo nerviosa. Comencé a forcejear, no me sentía segura con esa ceguera superficial. Algo bufó a lo lejos al darse cuenta de mi presencia y corrió hacia mí.
-Mierda. - Fiend me destapó los ojos y se puso delante mía. Estabamos escondidos entre unos matorrales frondosos. Entre su brazo derecho y su cuerpo alcancé a ver a una persona humana correr sobre sus cuatro extremidades, con los ojos rojos y la boca dislocada. Estaba atemorizada, mi cuerpo estaba paralizado y solo pude agarrarme al bañador de Fiend con fuerza mientras observaba a aquel ser galopar hacia nosotros. Fiend tomó posición de ataque pero cuando estuvo a punto de alcanzarnos, fue derribado por una flecha directa en el corazón, una flecha que emanaba luz violeta.

Capítulo catorce: decimocuarta divergencia.

El Sol se hizo paso por mi habitación hasta atizarme en la cara con un intenso calor. Aquello me desveló y no tuve más remedio que despertarme. Remoloneé entre el edredón un par de minutos hasta recordar la llamada y los golpes en el cristal. Miré instintivamente a todas las ventanas, se encontraban intactas e impolutas. Suspiré. Había dormido maravillosamente bien. Aquel lugar me gustaba. Me vestí con ropa de calle y me dirigí a socializarme con el resto de inquilinos.
Al entrar en el edificio principal una bocanada de aire mentolado llenó mis pulmones. El hall lucía un espléndido suelo de madera de nogal cobriza que continuaba escaleras arriba. Estas se acompañaban de unas barandillas cuyos balaustres tenían forma de reloj de arena y seguían una estructura convexa a ambos lados hasta el final del pasillo del piso superior. Ante mis obnubilación me recibió una mujer humilde.
-¿Puedo ayudarla, señorita Alma? - su voz sonó hogareña y gentil entre sus ropas distinguidas.
-Busco el desayuno...
-Claro que sí, acompáñeme. - sonrió pasiva y comenzó a andar. Yo la seguí a través de todas las puertas de madera y los ostentosos decorados de la casa. Tras atravesar varias salas colocadas cual laberinto, llegamos a un comedor decorado con los mismos tonos cobre que el hall. Allí había una mesa amplia con multitud de sillas en las cuales estaban sentados el doctor Marquet, su hijo y mi madre, todos tomando el desayuno. Me senté al lado de Isaac, frente a mi madre, que se sentaba al lado del doctor.
-Buenos días, cielo. - mi madre sonrió dulcemente y después le agarró la mano a su querido.
-Buenos días, Alma, espero que la habitación sea de tu agrado y que hayas dormido bien.
-Sí, la verdad es que sí, muchas gracias por tu comprensión, Izan. - le miré dubitativa y él me respondió con una sonrisa amable. Observé la mesa. Había leche, zumos, bollos, pan y variedad de alimentos con las que acompañar el desayuno. Con vergüenza alcancé los cereales y vertí leche en ellos. Un haz de luz muy delgado traspasó las cortinas de la sala y atravesó la taza de cerámica blanca hasta dividirla en dos. El polvo flotante bailaba un vals sobre mis cereales, que a la luz del Sol, parecían hechos de oro. Hundí la cuchara en la mezcla y miré a los demás.
-Nena, esta tarde Izan y yo iremos a hacer un picnic al bosque, Isaac dormirá hoy en casa de un compañero de clase y nosotros volveremos tarde.
-Si volvemos... - interrumpió el doctor entre risas cómplices. Mi madre le secundó.
-El caso es que si vas a salir, dínoslo lo antes posible para que te demos las llaves o para que la ama de llaves se quede despierta hasta que regreses.
-Sí, probablemente salga a dar una vuelta por el pueblo, tengo que ver a alguien, pero no tardaré en venir, no creo que sea necesario que se quede despierta por mi culpa. Volveré pronto. - aclaré con la cuchara a rebosar a punto de entrar en mi boca.
-Espera, mejor ten las llaves. - Izan rebuscó en su bolsillo y me lanzó un llavero de metal con tres llaves. - La grande es la de la verja, la pequeña de tu apartamento y la cuadrada la del edificio principal, por si tienes hambre y quieres venir a la cocina.
Cogí las llaves al vuelo pero dejé caer la cuchara al suelo del susto.
-Gracias. - me agaché a recogerla y la dejé sobre la mesa.
-¿Te traigo otra? - se ofreció Isaac.
-No, gracias, ya he terminado. - sonreí y me levanté. Al salir por la puerta escuché a mi madre decirle al doctor que tardaría en acostumbrarme. Suspiré y salí de allí. El Sol iluminaba cada átomo del forraje y aquel jardín parecía el edén. Me descalcé y sentí una mullida cubierta en las plantas de los pies. Caminé así hasta mi apartamento, allí guardé mis cosas en una mochila y me cambié de ropa. Después, salí de allí y me dirigí a la que era la casa de Kory.
Al llegar me recibió en la entrada.
-Llevo esperándote un rato.
-¿Sabías que iba a venir? - me acerqué a él lentamente.
-Me llamó mi madre esta mañana diciendo que anoche la despertó el teléfono. - rió.
-Lo siento. - sonreí. - ¿Por qué has vuelto? - le miré fijamente a los ojos. Estos se habían vuelto más fríos desde la última vez que los vi.
-El destino me ha traído aquí de nuevo, supongo. - se frotó el pelo con la mano izquierda y se sentó en una piedra que decoraba la entrada a su casa.
-¿Supones? - enarqué una ceja.
-Es... complicado. - miró al horizonte.
-Comprendo. - agaché la cabeza y vi su bolsa de uniforme. - ¿Has vuelto al cuerpo?
-Sí, no se ni cómo me han aceptado mi reincorporación...
-El destino.
Kory bufó. Se colocó la bolsa en el pecho y sacó una cajetilla de cigarrillos de esta. Agarró un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Después sacó un zippo y me miró mientras el humo del cigarro se convertía en una barrera traslúcida entre ambos.
-¿Quieres ir a tomar algo? - espetó y dio otra calada a su pitillo.
-Sí, claro. - me giré hasta darla la espalda. - La verdad es que quería hablar contigo sobre algo desde hace tiempo...
-¿Conmigo? - avanzó hasta alcanzarme y comenzamos a andar dirección al pueblo.
 -Sí, me da reparo decírtelo, o sea, no es que no confíe en ti, es solo que a lo mejor no tiene importancia y yo le estoy dando demasiadas vueltas y...
-Eh, eh, tranquila. - me acarició el pelo.
-Verás, creo que los nuevos inquilinos tienen algo que ver con los asesinatos de Lucrecia y de... - le miré antes de cometer un error.
-Sí, de Alexis, puedes decir su nombre, no vas a incomodarme. - contestó mirando al frente.
-De Alexis.
-¿Y por qué crees eso? - le dio la última calada y lo lanzó lejos con un ingenioso juego de dedos.
-Verás... - tragué saliva. - La noche en que Lucrecia desapareció se presentó en mi casa acompañada de...
El sonido de un coche a gran velocidad pisó mi voz y nos alcanzó en el camino. Al vernos frenó en paralelo a nosotros y Kory reaccionó parándose frente a la puerta del copiloto. Bajaron la ventanilla y descubrí, dentro del vehículo, a Fiend y a Rosh. Kory les miró desafiante.
-¿Queréis algo? - la voz de Kory se mostró dura.
-¡Alma! - gritó Rosh desde el asiento del conductor. - ¡Qué sorpresa!
-Hola... - contesté. Kory me miró de reojo.
-Dime que no tienes planes. - intervino Fiend y me miró directamente a los ojos.
-La verdad es que sí.
-Está conmigo. - terció Kory.
-Una pena. Nosotros vamos a divertirnos al río que hay bajando por esta carretera, si cambias de opinión puedes pasarte a saludarnos. - sonrió Fiend y después, subió la ventanilla de modo que cubrió su rostro excepto sus ojos.
-Estaremos hasta la noche. - añadió Rosh. Y mientras Kory no dejaba de mirar a Fiend, este le dedicó una mirada inquisitiva que se perdió en el aire cuando el Porsche desapareció en el horizonte.

sábado, 4 de octubre de 2014

Capítulo trece: decimotercer augurio.

El Dr. Marquet poseía un complejo de residencias bastante ostentoso a las afueras del pueblo. Estaba relativamente cerca de mi casa por lo que mi madre y yo acabamos mudándonos allí. Me sentía agradecida pues, el doctor entendía que al no haber intimado en demasiadas ocasiones con ellos pudiera sentirme incómoda en aquel lugar, por lo que me dejó instalarme en uno de los pequeños apartamentos paralelo al caserón principal hasta que adquiriera la confianza suficiente para ocupar una habitación próxima a los demás. Aquel lugar cercado me resultaba tranquilo y alegre y gracias a la amplitud de terreno no me hacía falta salir del recinto para tomar el aire y dar un paseo. Me sentía segura.
Mi nuevo apartamento era increíblemente luminoso. Sus paredes eran blancas y el parqué, con su tono beige grisáceo, le daba un aura de tranquilidad inquebrantable. Por fortuna, el apartamento poseía un baño adyacente a él, muy espacioso, por lo que no tenía que moverme de allí más que para desayunar, comer o cenar. La habitación poseía unos grandes ventanales de cristal sin cortinas y estaba formada por una cómoda de madera blanca, una cama tradicional de matrimonio con una bonita colcha blanca, un tocador que incluía un espejo redondo, alfombras y un enorme armario que a su vez hacía la función de vestidor, también hecho de madera tintada de blanco.
Me tumbé en la cama y miré al techo. Paz, serenidad. Me decidí a colocar mis pertenencias y cuando hube terminado salí a caminar por la parcela. Aquel lugar era terriblemente acogedor. Un impecable césped recién cortado, unos árboles frutales variados dispersos por toda su extensión, algunas pequeñas fuentes naturales, decorados con piedras, flamencos y pequeños gnomos de jardín... Después de lo que había pasado estos días atrás, aquello me resultaba el paraíso. Me acerqué a un naranjo que había cerca y me senté sobre su sombra. La brisa acariciaba mis mejillas con suavidad y el Sol en su fase de descender, se ocultaba parcialmente tras una montaña a lo lejos. Sin darme cuenta, un pequeño labrador de color dorado se acercó a mí y empezó a lamer mi mano derecha. Le miré, él movió la cola de un lado a otro mientras dejaba caer su lengua por el lateral de su mandíbula. Le acaricié la cabeza y después, las orejas. Se abalanzó sobre mí y se tumbó en mi regazo. Cerré los ojos y continué acariciándole hasta quedarme profundamente dormida.


Desperté a causa de que un frío viento me caló hasta los huesos. Somnolienta advertí que el labrador  había desaparecido. La luna resaltaba en aquel cielo negro plagado de estrellas. Me froté los brazos y me levanté. Caminé hacia mi apartamento y me metí en la cama apenas inconsciente. En la mesilla de noche había un papel: "Cariño, alguien llamó a casa ya entrada la tarde preguntando por ti. Le dije que nos mudábamos y me dio su número de teléfono para que le llamaras cuando pudieras, dijo que se llamaba Kory. xxxxxxxxx Mamá." Cerré los ojos y volví a abrirlos instantáneamente. Tenía también un teléfono en la mesilla, me incorporé y lo agarré. Marqué el número y esperé.
-¿Sí? - contestó una mujer mayor.
-Perdone, llamaba preguntando por Kory. - contesté con voz ronca.
-¿De parte de quién?
-Soy una amiga del pueblo... - antes de que terminara, la mujer la interrumpió:
-Sí, ya se. No, Kory se marchó nada más anochecer hacia allí, supongo que habrá llegado ya al pueblo. Podrás encontrarle en casa. Buenas noches, jovencita.
-Gracias. - musité.
La mujer colgó y apareció en el teléfono la hora: las tres de la madrugada. Me acosté de nuevo e intenté dormir. Cuando ya no tenía control sobre mi cuerpo, escuché fugazmente cómo alguien o algo golpeaba el cristal de uno de los ventanales de mi habitación....
Tu opinión es más importante que la de cualquiera de los personajes y, además, me ayuda a mejorar día a día.
Estaría muy agradecida si dejaras un comentario.
¡Quiero saber tu opinión!
:D