domingo, 6 de julio de 2014

Capítulo doce: duodécima sospecha.

Tras varios fines de semana sin muertes, sin volver a verle y sin noticias de Kory, mi madre lucía una espléndida sonrisa cada vez que iba a trabajar y volvía a casa con el suspiro de una adolescente. Ya había pasado mucho tiempo desde que papá nos dejo y mi madre no acababa de recuperarse. Era increíble el cambio que había pegado y sobretodo, era increíble ver que había recuperado la ilusión. El problema era que quizá, tras centrarse demasiado en su nuevo aliciente apenas hacía caso a su única hija que, por unas o por otras siempre acababa sola. Aunque aquello no suponía un gran obstáculo para mí. No podía ser egoísta con ella y yo ya estaba acostumbrada a que Tinnitus fuera mi fiel compañero.
La casa estaba sorprendentemente revuelta y mi madre trataba de disuadirme cada vez que tenía intención de hacer una limpieza a fondo. Sus numerosas citas con el doctor hacían que estuviese siempre fuera de casa y fuera yo quien tuviera que encargarse de las tareas domésticas. Aquello me venía como anillo al dedo pues, al fin y al cabo, estaba entretenida y apenas lograba tener tiempo para pensar en Lucrecia, en Alexia, en Fiend o en Rosh...

Una tarde como otra cualquiera mi madre se arreglaba para salir. Sin embargo, al contrario que otros días, este decidió llevarme a mí con ella. Alegó que era necesario pues el doctor también era viudo y tenía un hijo y puesto que su relación iba tomando forma, debíamos al menos tener una primera toma de contacto para amenizar nuestra incómoda relación. Así que, no muy conforme con sus argumentos aunque intentando complacerla, me vestí y la acompañé. Por suerte, el doctor era buen degustador gastronómico y nos llevó a un magnífico y caro restaurante en un pueblo cercano.
El señor Marquet resultó ser una persona muy agradable y comprensiva. Además, por los ojos de ternura con los que observaba a mi madre no podía ponerle ninguna pega. Su hijo, en cambio, lejos de parecerse a su padre, era una persona arisca y lacónica. Apenas compartimos un par de palabras.
Tras la singular cena, nos llevaron por sorpresa a un distinguido club de baile. Mi madre y el doctor, a quien me hicieron llamarle a partir de aquel momento Ízan, encontraron en la pista un lugar perfecto para no dejar de bailar en toda la noche. Su hijo desapareció enseguida y yo me quedé sentada en la barra pidiendo refrescos sin alcohol. Mi aburrimiento era tal que estuve a punto de dormirme en tres ocasiones. De vez en cuando las camareras me contaban algún cotilleo o intentaban hacerse las graciosas pero nada de ello borraba la indiferencia de mi rostro. Apoyé el codo sobre la barra y sostuve mi barbilla con la mano. Observé cómo mi madre se reía como hacía años que no hacía y volví la vista, de nuevo, a la estantería llena de botellas alcohólicas. Advertí con el rabillo del ojo que alguien se sentó a mi lado.
-Una copa de vino y...un té helado.- reconocí aquella voz aterciopelada. Giré la cabeza y allí estaba Fiend. Por primera vez en toda la noche abrí los ojos como una persona normal. Él pareció reconocer el gesto de sorpresa en mi rostro. - Siempre nos encontramos en los lugares más absurdos. - la camarera le tendió lo que había pedido y él empujó el té helado hacia mí.
-No quiero, gracias.- dije con tono seco.
-Si no te lo tomas estarás siendo descortés conmigo además de estar desaprovechando una bebida que después tendrán que tirar sin estrenar. - sonrió.
-No creerás que puedes invitarme a tomar algo después de haberte ido aquel día como lo hiciste. - apreté los labios.
-Quería disculparme pero hasta ahora no nos hemos cruzado. - dio un sorbo a su copa.- Lo siento, es que a mi familia le gusta mucho importunar a los demás y si me hubiera quedado contigo Rosh te hubiera hecho sentir incómoda.
Acepté sus disculpas dando un sorbo al té y pareció comprenderlo.
-Bueno Alma, y ¿cómo has llegado hasta este sitio?
-Por mi madre y su novio. - contesté con desdén.
-¿Quieres que salgamos afuera? No pareces divertirte mucho aquí dentro...
-Sí, por favor. - me incorporé y me levanté del asiento.- A propósito, ¿qué haces tú aquí solo?
-Vengo de vez en cuando a divertirme.
Caminamos hacia la salida y, una vez fuera, él caminó unos metros más lejos del lugar hasta llegar a un parque cercano conmigo siguiéndole. Una vez allí se sentó a los pies de un árbol y apoyando la copa de cristal en la hierba me instó a sentarme junto a él. Recelosa me puse de rodillas frente a él.
-Qué, ¿has vuelto a espiar mi casa desde los arbustos? - rió.
-Si me has traído aquí para burlarte de mí me voy. -
-No, no, traquila...Menudo humor más cerrado. - sus ojos analizaron mi postura de arriba abajo. Comenzó a reírse.
-¿Qué? - espeté.
-Estás horrible con ese vestido. - se llevó el dorso de la mano a la frente. Bufé.
-¿Pero de qué vas? - cogí una piña del suelo que se encontraba próxima a mí y se la lancé.
-¡Eh! Que me manchas el traje.
-Que me manchas el traje, mimimí, mimimí...-comencé a hacerle burla.- Menudo fino. ¿No se te habrá roto una uña?
-Ríe mientras puedas. - se acercó exhalando el aire en mi barbilla y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y mantuvo su mano en el aire, paralelo a mi rostro. Instintivamente me aparté.
-¿Qué te crees que estás haciendo? - me alejé cuanto pude de él. - No se de dónde vendrás, pero aquí no somos así. No te creas que por tener dinero y aparentar ser un "heartbreaker" vas a mangonearme. - le golpeé la mano con rapidez y me aparté de allí gateando hacia atrás.
-Por eso me acerqué a ti. - sonrió.
-Pues no lo hagas más. - me levanté y caminé en dirección al club.
-Me ganaré tu confianza. -añadió.
Al llegar, todos se encontraban en la puerta mirando a los alrededores.
-¿Dónde estabas?- mi madre me abrazó con fuerza.
-Fui a tomar el aire.
-Vámonos, anda.
Nos montamos en el coche. A través de la ventanilla vi cómo desde hasta donde la vista alcanzaba a ver de la carretera Fiend hacía una reverencia mientras susurraba algo que no llegué a descifrar.

viernes, 4 de julio de 2014

Capítulo once: décimoprimer acertijo.

Desperté. Una melodía suave que provenía de una caja de música acariciaba mis oídos y junto con el mullido edredón me hacía flotar en un aura de paz y tranquilidad. Entreabrí los ojos. No reconocía aquel lugar. Las paredes parecían grises y había algunos muebles que no llegaba a identificar. De repente la cabeza me dio vueltas y se me cerraron los ojos de nuevo...


Me incorporé de un sobresalto. Abrí los ojos como platos. Me encontraba en mi habitación. La luz del Sol inundaba la sala con una calidez acogedora y todo parecía estar en calma. Sentí una punzada en la nuca y rocé con mis dedos el punto exacto. Entonces recordé lo ocurrido antes de desmayarme. Me levanté de la cama, caminé lentamente hacia el pasillo. Todo se encontraba en orden. No había nadie, tampoco había rastros de sangre ni nada roto. Suspiré. Me dirigí al cajón de mi habitación y lo inspeccioné. Estaba completamente vacío. ¿Y la rosa negra? Di un golpe con el puño cerrado. Me di un baño para librarme de esa sensación de suciedad impura y pasé el resto del día sin salir de casa, intentando encontrarle alguna explicación a lo que había vivido o había creído vivir.
Cuando se hubo alzado la luna sobre el cielo me decidí a dar un paseo por el centro del pueblo y ya de paso comprar algo de comida preparada y así evitarme preparar la cena personalmente. La familia Tanakamura había iniciado su festival japonés para iniciar al pueblo en su cultura y el hijo mayor había abierto un puesto de takoyaki por lo que me dirigí hacia allí con ilusión. La gente del pueblo parecía en su pluralidad entusiasmada aunque había personas que se mostraban reacias a nuevas experiencias. Esperé la cola que había en el puesto y me fijé en la persona que había delante mía. Cabello blanquecino, melena corta y lisa... Instintivamente se giró. Reconocí sus grandes ojos azules.
-¡Qué casualidad!-rió.
-Hola.
La fila avanzó y fue su turno.
-Dos raciones de takoyaki, por favor.- pagó y el muchacho le dio las dos bandejas. Adelanté un paso para pedir pero él posó su mano en mi espalda y dirigió mi trayectoria fuera de la fila. Entonces me miró y con una sonrisa risueña me extendió una de las bandejas.- No me des las gracias, es un regalo.
-Gracias.- contesté. Él enarcó una ceja.
-¿Dando una vuelta?
-Había bajado a comprar algo de cena. - comenzó a caminar y yo caminé tras él.
-¿Has probado esto alguna vez?
-Sí, claro. Todos los veranos, la familia Tanakamura hace un festival de comida y costumbres japonesas, ya que ellos son de allí, y así nosotros podemos ver cada año diferentes aspectos de su cultura. - mientras que yo pronunciaba aquellas palabras con tono repipi él parecía ignorarme olisqueando la comida.
-Huele bien.
-¿Me estabas escuchando? - el aroma caliente de los takoyaki recién hechos me hizo la boca agua.
-Sí, sí. Sentémonos, tengo ganas de probarlo. - trotó hacia un merendero de piedra cercano y se sentó. No sabía muy bien lo que hacer pero tenía curiosidad por ese chico así que me senté con él. Abrió su bandeja y hundió el dedo en una de las bolas, después se lo llevo a la boca e hizo un gesto de desagrado.
-¿No te gusta?
-La salsa no.- cogió los palillos que incluía la bandeja y utilizándolos a la perfección retiró la salsa de las bolas de pulpo e introdujo una de ellas en su boca. Yo abrí también mi bandeja para no sentirme tan incómoda y disfruté del olor.
-Oye...- murmuré. Él dejó de concentrarse en su comida y me miró de reojo.- ¿Qué es lo que pasó anoche?
-¿Anoche? - enarcó de nuevo una ceja.
-Sí, después de despedirnos.-dije firmemente.
-Que yo me fui a dar una vuelta y tú supongo que volviste a casa.- siguió comiendo.
-Después. -insistí. Le miré fijamente a los ojos esperando una respuesta coherente que demostrara que no me estaba volviendo loca. Él no se inmutó.
-No he vuelto a verte desde entonces. -jugueteó con las últimas bolitas mientras me miraba fijamente.
-No tiene caso...-desistí. Tal vez aunque hubiera sido cierto lo que vi, él no había participado y era inútil mi interrogatorio. De repente, el mismo Bugatti que estacionó aquel día en mi puerta paró frente a nosotros. Bajó la ventanilla del copiloto y alcancé a ver en el asiento de conductor al mismo chico pelirrojo que llamó a mi puerta, Rosh. Entrecerré los ojos.
-¿Qué haces aquí? - mi acompañante se dirigió al conductor del vehículo con un tono brusco.
-Vaya Fiend, no sabía que andabas con Ánima. - al oír aquello, se sorprendió y me miró atónito por un par de segundos. ¿Ánima?
-Mierda. - musitó. Rosh soltó una carcajada.- Adiós. - se levantó del merendero, se subió en el coche y desaparecieron entre el pueblo. Se dejó dos bolitas de pulpo partidas por la mitad en la bandeja y me dejó a mí allí sola. El silencio me recordó que siempre acababa volviendo a él...

Capítulo diez: décimo peligro.

-Te gusta merodear por los alrededores de mi casa por lo que veo.- me miró fijamente desde la posición en la que se encontraba sentado. Su traje gris hacía juego con su cabello.
-No. Es solo que desde aquí se ven muy bien las estrellas...-aparté la mirada por un segundo.
-Ya me había dado cuenta...-clavó sus ojos en el cielo nocturno y después los cerró para aprovechar un soplo de brisa que decidió pasar por allí en aquel momento. Con cuidado recogí mis cosas. - ¿Te vas? - dijo sin abrir los ojos.
-Sí, se ha hecho tarde para mí.
-Ten cuidado, he oído que han asesinado a varias muchachas por las afueras del pueblo. - sonrió maliciosamente, yo respiré hondo al oír aquello.
-Sí, pero no creas que soy presa fácil.-dudé de si había dicho lo correcto. Quizá él fuera el asesino y yo acababa de ofrecerle un reto tentador. Él rió.
-Depende de para qué depredador...-penetró mis ojos con los suyos y yo sentí un escalofrío. Él sonrió.- Perdona, no pretendía asustarte.
-No me has asustado, es que tengo un poco de frío.- tras haber guardado todas mis cosas me levanté del césped y pasé a su lado. Él se levantó y fue detrás mía.
-Me encargaré de que no te pase nada.- miró alrededor dubitativo y se aproximó a mí. Caminaba de una manera grácil como si apenas tuviera que mover sus músculos y fuera el viento quien le trasladaba a cualquier lugar.
-Se cuidar bien de mí misma, gracias. - agravé mi paso, pendiente del entorno y de él.
-Solo pretendo ser cordial, tranquila, que no muerdo...-apoyó su mano sobre mi hombro.-...aún.
-¡Para!- me deshice de su mano y me di media vuelta.- No me acompañes, no quiero que me sigas, puedes irte. Vete.- sonrió.
-Eres cabezota... Vale, pues continúa tú sola.- su sonrisa macabra erizó el vello de mi piel. Se despidió con una mirada inquisitiva y caminó en dirección contraria hasta desaparecer entre el boscaje.
Quieta, entre aquellos oscuros y tenebrosos árboles, con una congelada brisa en la cara y la piernas flaqueándome, sollocé. Continué mi camino hacia donde creía que era mi casa, sin embargo tras llevar un rato caminando llegué de nuevo a los arbustos en los que me habían encontrado con aquel chico. Mierda. Di media vuelta observando todo detalle posible, intentando evitar la posibilidad de volver a encontrarme con él. Tardé una hora en encontrar el camino de vuelta pero, gracias al cielo, logré llegar sin ser atacada por nada ni nadie. Abrí la puerta de mi casa y me dirigí a mi habitación. Al entrar escuché un gruñido. La sangre comenzó a fluir violentamente a través de mis venas. Intenté mantener la compostura, no obstante, el cosquilleo que sentía en la piel mientras esta se erizaba imposibilitaba mi intento. Noté una exhalación congelada en mi nuca y al compás de un fuerte escalofrío me giré con la intención de dar un puñetazo. Como era de esperar, golpeé el aire y entonces algo se abalanzó sobre mí tirándome al suelo. Entonces lo vi. Vi sus ojos inyectados en sangre, su iris carmesí y su pupila tan clavada en mí que hasta podía reflejarme. Con su hambrienta sonrisa babeaba mi cuello y se relamía sus finos labios mientras me aplastaba contra el suelo agarrándome por las muñecas. Forcejeé. Cuanto más me resistía más aumentaba su ambición.
-Hueles tan bien...Y eres tooooda para mí...-rió maquiavelicamente y lamió mi cuello. Intenté luchar con todas mis fuerzas: pataleé, intenté clavarle las uñas, morderle, escupirle... Sin embargo todo resultó inútil. Comencé a llorar de impotencia mientras él parecía disfrutar del olor de mi cuerpo. De repente noté como sus manos soltaron mis muñecas y se elevaba en el aire para ser lanzado hacia el fondo del pasillo. Gemí. Aproveché la situación y me levanté. Entre la tenue luz que traspasaba el cristal de la ventana y los fuertes golpes que se escuchaban en el pasillo de mi casa alcancé a apreciar cómo alguien, a quien no conseguía distinguir, golpeaba con fuerza a mi atacante, lo magullaba y lo arrastraba por mi casa dejando un reguero de sangre a su paso. Abrí la ventana, salté a la calle y salí corriendo. Corrí como alma que lleva el diablo sin apenas distinguir hacia donde me dirigía. El viento me cortaba en la cara pero yo solo quería seguir corriendo. Después de correr durante un buen rato la carretera parecía igual a cada paso y yo me quedaba sin respiración. La garganta me ardía y me daba vueltas la cabeza. Alcancé a ver las luces de un coche y frené en seco. Fue tan repentina la parada que cuando quise darme cuenta había caído rendida en mitad de la calzada.

jueves, 3 de julio de 2014

Capítulo nueve: novena incógnita

¿Y ahora qué? Sentada en un banco clavaba la mirada en la gente que caminaba despreocupada. Desde que salí del hospital solo habían ocurrido desgracias. Todo empezó cuando Lucrecia decidió correr tras aquel camión de mudanzas... Claro, ahí está: la mudanza, el chico misterioso, las muertes, mi casi asesinato en el bosque...me estremecí. Todo tiene que estar conectado. Tengo que averiguar quién vive en esa casa y por qué se está dedicando a infundir el caos en este pueblo. Pero...¿cómo? Si nadie puede ayudarme ahora que Kory se ha ido.

Una vez en casa limpié todas las habitaciones de arriba abajo. Quizá no me purgaría de mi pesar pero me mantuvo entretenida durante muchas horas. Mi madre estaría al llegar, quizá se retrasara un par de días pero debía encontrar la casa como nueva. Encontré entre las toallas del baño uno de los cuchillos que escondió la noche pasada. Reí sarcásticamente. ¿Me estaba volviendo loca? Tomé un baño y después preparé la cena. Me encontraba mucho más relajada que estos días atrás. Al entrar en mi habitación, justo antes de acostarme, encontré en el suelo la rosa negra. Mierda. Yo la había guardado a buen recaudo, estaba segura. La ventana de mi habitación estaba de nuevo abierta de par en par. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y no quise acercarme. Cerré la puerta a mis espaldas y mantuve los ojos abiertos de par en par. Escuché una risa afuera y di un respingo. Agarré el cuchillo de cortar jamón que había escondido debajo de la cama y me dirigí hacia la ventana. Cuando estuve lo suficientemente cerca de la hoja de la ventana escuché un coche estacionar frente a la puerta y me asomé. Un precioso Bugatti de color gris oscuro paró frente a la puerta de mi casa. Cerré la ventana, recogí la rosa y me encaminé a la puerta. A través de los ventanales decorativos de la entrada vi a un hombre acercarse hacia mí. Tres golpes secos retumbaron en la puerta. Abrí con cautela. Ante mí había un hombre de pelo rojo y despeinado. Sus ojos morados me miraban con desgana. Vestía unos pantalones con estampado escocés y una cazadora de cuero negra.
-Hola, mi nombre es Rosh, vengo a invitarte a una fiesta.- su voz sonaba monótona y aburrida. Extendió su mano, en la que sostenía un panfleto, hacia mí y sonrió falsamente. Cogí el panfleto y lo leí: "Fiesta de acogida, esperamos que nos reciban con los brazos abiertos, vengan y vean nuestra morada y disfruten de una cena y unos cócteles preparados con mucho amor". Enarqué una ceja.
-Hola Rosh...¿Sois nuevos en el pueblo?-pregunté sin quitarle ojo de encima.
-Sí, somos los nuevos vecinos. Venga esta noche, se divertirá seguro. Estamos ansiosos por conocer gente nueva.- de nuevo el tono de su voz era repetitivo y mostraba desinterés en todo lo que decía.
-¿Dónde has comprado esas lentillas?
-No me acuerdo.
-Y esa cazadora es impresionante.-le guiñé un ojo.
-Tres mil euros.
-Increíble.
-¿Verdad? Pues venga esta noche y verá un montón como esta, si tienes suerte y aguantas hasta mañana a lo mejor te regalo una.
-¿De verdad quieres que vaya?- enarqué una ceja.
-Mira cielo, me da igual si quieres venir o no, yo soy un mandado, haz lo que quieras con ese papel.- sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo y se puso un cigarrillo en los labios. A continuación me miró de arriba abajo y sonriendo de manera maliciosa se dio media vuelta hacia su Bugatti.

Aquella noche busqué por mi casa los prismáticos y la cámara de mi padre. Un recuerdo me vino a la mente: aquellos hombres, uno de ellos se llevó todas mis cosas, incluida la mochila. Inspeccioné el armario de mi madre, encontré una bolsa grande de tela e introduje un cuchillo, un spray de pimienta, una cámara de fotos, otros prismáticos más pequeños y una cuerda entre otras cosas. Encontré un kit de supervivencia en la antigua cómoda de mi padre y lo guardé también. Me puse mis ropas más cómodas para la aventura y me encaminé hacia la dirección del panfleto.
Aquel camino señalizado en el papel coincidía casi con exactitud en la ruta que seguí cuando encontré a Lucrecia salvo por un cambio al final. Sin embargo, continué por mi propia ruta hasta aquel melancólico y siniestro lugar. Avancé más allá del lugar del incidente, intentando mantener la compostura. Una vez encontré una visión casi perfecta de la fiesta que estaba comenzando en el caserón me instalé con mis pertenencias. Divisé con los prismáticos cómo la gente vestía sus ropas más elegantes y simulaban saludarse como hacen los ricos en las películas. Durante horas todo sucedió convencionalmente.
-No esperaba encontrarte aquí. - a mis espaldas una voz aterciopelada me descubrió. Me giré rápidamente y observé. Frente a mí tenía un chico quizá unos cuantos años mayor que yo, cuatro como mucho, alto y esbelto. La luz de la luna brillaba sobre el cabello grisáceo claro del joven y traspasaba sus ojos azules, que una vez más me atraparon. Era el mismo de aquella vez... Aún así no bajé la guardia.
-¿Cómo me has encontrado?

Capítulo ocho: octava soledad.

No pegué ojo en toda la noche. Me sentía vulnerable y me estaba convirtiendo a la locura. Pasé horas observando cuidadosamente cada rincón de mi casa. Encendí todas y cada una de las luces y guardé estratégicamente diferentes cuchillos en diversos lugares de mi vivienda. Tenía la sensación de que yo era su próximo objetivo y que si no había sido asesinada ya no era si no porque se me había aparecido un ángel o algo por el estilo. Se me erizaba el vello con cualquier ruido sospechoso y no me sentía segura en ningún rincón. Tenía ganas de llorar pero no encontraba las fuerzas. No entendía qué estaba pasando y por qué me estaba pasando a mí. Mi cuerpo comenzó a acalorarse de forma mediocre conforme amanecía y pude refugiarme en el único haz de luz que traspasaba las cortinas y descansaba sobre el suelo de mi habitación. 

Ya entrada la mañana decidí dar una vuelta por el pueblo con el fin de pegar la oreja en las conversaciones de las señoras mayores que se habrían enterado de todo rumor posible. Intenté disimular mi desequilibrio vistiendo lo más elegante posible, aún así las ojeras revelaban mis preocupaciones. Visité la panadería, la peluquería, el mercado...Sin embargo nadie parecía preocupado, nadie comentaba nada de lo que había ocurrido. Normalmente cuando desaparece el gato de alguna familia todo el pueblo permanece una semana casi de luto comentando lo ocurrido, no entendía por qué tras la muerte de dos muchachas jóvenes nadie parecía inmutarse. Pasé a la floristería y compré un ramo de rosas violetas y mentas y me encaminé a la residencia Cólibrie. Al llegar, todas las puertas y ventanas estaban cerradas. No había ningún coche estacionado frente al garaje y las flores del jardín se habían marchitado. Entré cuidadosamente en el recinto y golpeé la puerta principal. Tras esperar unos segundos nadie abrió la puerta. Insistí algunas veces más y obtuve el mismo resultado. Tras desistir caminé hacia la vivienda más próxima. Allí me recibieron dos ancianas cuyos rostros expresaban incertidumbre y desolación. Al acercarme las escuché murmurar. 

-Dicen que la noche que murió la hermana del oficial la luna se tiñó de un rojo sangre muy intenso. 
-Sí, yo también lo escuché. Pobre policía, le depara un destino terriblemente horrible...
Caminé a pasos quedos hasta que ambas mujeres fueron capaces de advertir mi presencia. 
-¿Qué te trae por aquí, jovencita?
-¿Saben dónde están los Cólibrie?- pregunté con voz tenue. Una de las ancianas se sorprendió.
-¿No te has enterado, muchacha? Tras el grave incidente se mudaron sin decir nada a nadie.- Tras decir aquello, la viejecita observó las flores que llevaba en la mano. Suspiré.- ¿Quieres que me quede las flores y así haces feliz a una pobre anciana? 
-Claro, quédeselas...- caminé hacia mi casa torpemente. Me sentía desolada. Llevaba en mi pecho un peso que no sabía cómo iba a quitármelo de encima. Tras unos minutos andando por un camino de tierra que se dirigía al centro del pueblo recordé la sonrisa de Lucrecia del brazo de aquel hombre y me derrumbé. Comencé a llorar. ¿Y si pude haberlo evitado? Golpeé la tierra con los puños cerrados y tras darme cuenta de que aquello no conducía a ningún puerto, desistí. 
Me levanté y caminé hacia la comisaría, de nuevo. Allí un agente de policía fijó su atención en mis sucias ropas y mi apenado rostro. 
-¿Le sucede algo, señorita?- el hombre se mostró cauto. 
-¿Puedo ver a Kory?
-Lo siento, el oficial Malí pidió la baja voluntaria esta mañana. - hizo una mueca compasiva y se dio media vuelta.
-¿Puede darme su dirección? Por favor.- el agente dudó durante unos instantes y después se resignó.
-No puedo hacer esto, así que si le preguntan yo no he sido, pero tenga.- me entregó un post-it con una dirección que reconocí al instante y después se dirigió a un compañero suyo.
-Gracias.
Marché de allí lo más rápido posible y me encaminé a la residencia de Kory. Al llegar le encontré guardando multitud de maletas en un todoterreno. Corrí a su encuentro, él no se inmutó al verme.
-Hola Kory...
-Hola Alma.-dijo mientras continuaba colocando su equipaje en el maletero.
-¿Te vas? 
-¿Acaso no lo ves?- respondió seco.
-¿Para siempre? - me mordí el labio.
-No lo sé.- guardó la última maleta en el coche y me miró a los ojos.- De momento voy con mis padres a casa de forma permanente. No se si cambiaré de opinión, aunque no creo que aguante mucho allí metido. De todas formas no creo que vuelva más aquí...- su rostro se sumió en la desolación y sus ojos perdieron por unos instantes todo posible atisbo de brillo. Permanecí callada y quieta frente a él. No tenía nada que decir. 
-Lo siento. -murmuré. 
-No tienes que sentir nada, no quiero la compasión de nadie.- se dio media vuelta y se montó en el coche. Caminé hacia él y le observé a través de la ventanilla, la cual él bajó.- Te deseo lo mejor, ha sido muy acogedor conocerte, Alma. 
Me aguanté las lágrimas. 
-Seis, cinco, tres, cuatro, cero...
-Apúntalo.- rebuscó en su bolsa de viaje y encontró una libreta a la que estaba sujeta un bolígrafo. Anoté mi número de teléfono y se lo devolví. Kory me respondió con un intento de sonrisa que resultó tan marchita como su corazón en aquel momento y arrancó el motor. Me aparté sin dejar de mirar sus ojos, que deambulaban sin rumbo en la inmensa oscuridad de su alma y se fue.  

Tu opinión es más importante que la de cualquiera de los personajes y, además, me ayuda a mejorar día a día.
Estaría muy agradecida si dejaras un comentario.
¡Quiero saber tu opinión!
:D